lunes, 24 de octubre de 2011

Stoner (1965). Autor: John Williams. (Fragmentos)


John Williams
Stoner (1965)
Ediciones de Baile del sol.
Traducción de Antonio Díez Fernández

“Edith Elaine Bostwick era la típica chica de su época y circunstancias. Había sido educada bajo la premisa de ser protegida de los graves incidentes que la vida pudiera poner en su camino y bajo la de que no tenía otra tarea que la de ser elegante y cómplice consumada de esa protección, dado que pertenecía a una clase social y económica para la que la protección era una obligación sagrada. Fue a colegios privados para chicas en los que aprendió a leer, escribir y aritmética simple. En su tiempo libre se le animaba a bordar, a tocar el piano, a pintar con acuarelas y a debatir sobre algunas de las obras más tiernas de la literatura. Había sido también instruida en asuntos de ropa, carruajes, dicción para damas y moralidad.

Su instrucción moral, tanto en los colegios a los que fue como en casa, eran de naturaleza negativa, de propósito prohibitivo y casi únicamente sexual. De todas formas, la sexualidad era indirecta y no reconocida, por lo tanto cubría cualquier parte de su formación, que recibía la mayor parte de su energía de la fuerza moral regresiva y tácita. Aprendió que tendría tareas para con su marido y familia y que debería cumplirlas.”

(...)

 La enterró junto a su marido. Después de que el funeral hubiera terminado, se quedó solo en el frío viento de noviembre y miró las dos tumbas, una abierta a sus pies y la otra cubierta y poblada por una fina capa de hierba. Se giró hacia el pequeño lugar yermo y sin árboles que acogía a otros como sus padres y miró a través de la tierra plana en dirección a la granja en la que había nacido, en la que sus padres habían pasado los años. Pensó en los costes que precisaba, año tras año, el suelo, que permanecía como había sido – un poco más yermo, tal vez, algo mejorado-. Nada había cambiado. Sus vidas se habían consumido en un trabajo triste, rotas sus voluntades, sus inteligencias aturdidas. Ahora yacían en la tierra a la que habían entregado sus vidas y, lentamente, año tras año, la tierra les acogería. Lentamente la humedad y la descomposición infestarían las cajas de pino que contenían sus cuerpos y, lentamente, tocaría sus carnes y, finalmente, consumiría los últimos vestigios de sus sustancias. Y se convertirían en partes sin importancia de aquella obcecada tierra a la que largo tiempo atrás habían entregado sus vidas.”

(...)

Ambos eran muy tímidos y se fueron conociendo despacio, a tientas, se acercaban y se separaban, se tocaban y se retiraban, sin que ninguno quisiera imponer al otro más que lo que fuera grato.
Día a día las capas de reserva que los protegían cayeron, por lo que al fin eran como muchos que son extraordinariamente tímidos, cada uno abierto al otro, sin protección, perfectamente cómodos y sin conciencia de uno mismo.

(...)

En su tierna juventud, Stoner había pensado en el amor como una manera de estar absoluta a la que, si se era afortunado, podía acceder; en su madurez había decidido que era el cielo de una religión falsa hacia el que se debía mirar con un descreimiento apacible, un desprecio bondadoso y familiar y una nostalgia vergonzante. Ahora, en su mediana edad, empezaba a saber que ni era un estado de gracia ni una ilusión, lo veía como un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada momento a momento y día a día, por la voluntad y la inteligencia del corazón.”


viernes, 6 de mayo de 2011

En busca del tiempo perdido. Autor: Marcel Proust. Dos fragmentos.

“ A continuación contemplaba sin cansarme su gran rostro recortado como una bella nube ardiente y apacible, tras el cual se sentía irradiar la ternura. Ella sentía tal placer en cualquier esfuerzo que me lo evitara a mí y- en un momento de inmovilidad y calma para mis miembros fatigados- algo tan delicioso, que – cuando, al ver que quería ayudarme a acostarme y descalzarme, hice el gesto de impedírselo y empezar a desvestirme por mí mismo- detuvo con una mirada suplicante mis manos que tocaban los primeros botones de mi chaqueta y de mis botines.
“Oh, te lo ruego”, me dijo. “Es tal gozo para tu abuela. Y sobre todo no dejes de llamar a la pared, si necesitas algo esta noche: mi cama está adosada a la tuya y el tabique es muy fino. Dentro de un momento, cuando estés acostado, hazlo para ver si nos entendemos bien”.
Y, en efecto, aquella noche llamé con tres golpes, que, cuando estuve enfermo, una semana después, renové todas las mañanas durante unos días, porque mi abuela quería darme leche temprano. Entonces, cuando me parecía oír que estaba despierta – para que no esperara y pudiera, un instante después, volver a dormirse- me arriesgaba a dar tres golpecitos, tímida, débil, nítidamente, pese a todo, pues, si bien temía interrumpir su sueño en caso de que me hubiera equivocado y estuviese dormida, tampoco quería que siguiera alerta para oír una llamada que no hubiese distinguido la primera vez y que yo no me atrevería a repetir. Y, apenas  había dado mis golpes, oía otros tres, con una entonación diferente, marcados por una autoridad apacible, repetidos en dos ocasiones para mayor claridad y que decían: “No te agites, te he oído; dentro de unos instantes estaré ahí”, y muy poco después llegaba mi abuela. Yo le contaba mi temor de que no me oyera o hubiese creído que se trataba de un vecino y se reía:
“Confundir los golpes de mi pobre niño con otros, pero, ¡si su abuela los reconocería de entre mil! ¿Crees tú que puede haber otros en el mundo tan bonitos, tan febriles, tan divididos entre el miedo a despertarme y a no ser entendido?. Pero, aunque se contentara con un raspadito, reconocería en seguida a mi ratoncín, sobre todo cuando es tan excepcional y digno de lástima como el mío. Ya lo estaba yo oyendo desde hace un momento que vacilaba, que se movía en la cama, que hacía todas sus maniobras.”

En busca del tiempo perdido II.
A la sombra de las muchachas en flor.
Marcel Proust
Editorial Lumen
Páginas 257-258

“Conmoción de toda mi persona. Ya la primera noche, como padecía un ataque de fatiga cardíaca, al intentar superar mi dolor, me agaché con lentitud y prudencia para descalzarme, pero, apenas hube tocado el primer botón de mi botín, se me hinchó el pecho, colmo de una presencia desconocida, divina, me sacudieron sollozos, lágrimas brotaron de mis ojos. La persona que venía a mi socorro, que me salvaba de la aridez del alma, era la que, varios años antes, en un momento de angustia y soledad idénticas, en un momento en que ya no me quedaba nada de mí, había entrado y me había devuelto a mí mismo, pues era yo y más que yo. Acababa de vislumbrar, en mi memoria, inclinado sobre mi fatiga, el tierno rostro, preocupado y decepcionado, de mi abuela, tal como se encontraba aquella primera noche de nuestra llegada; el rostro de mi abuela, no la que me había asombrado y reprochado añorar tan poco y que sólo tenía de ella el nombre, sino mi abuela verdadera, cuya realidad viva volvía yo a encontrar – por primera vez desde que le había sobrevenido el ataque en los Campos Elíseos – en un recuerdo involuntario y completo. Dicha realidad no existe para nosotros, mientras no haya sido recreada por nuestro pensamiento y así, con un deseo irresistible de precipitarme en sus brazos, hasta aquel instante – más de un año después de su entierro, por culpa de ese anacronismo que con tanta frecuencia impide que el calendario de los hechos coincida con el de los sentimientos – no me enteré de que había muerto. Desde aquel momento había hablado con frecuencia de ella y también había pensado en ella, pero, bajo mis palabras y pensamientos de joven ingrato, egoísta y cruel, nada había habido nunca que se pareciera a mi abuela, porque, con mi ligereza, mi gusto del placer, mi costumbre de verla enferma, abrigaba en mi interior sólo en estado virtual el recuerdo de lo que ella había sido.(...)

Seguramente la existencia de nuestro cuerpo, semejante para nosotros a un jarrón en el que estuviera encerrada nuestra espiritualidad, es la que nos induce a suponer que tenemos perpetuamente en nuestro poder todos nuestros bienes interiores, nuestras alegrías pasadas, todos nuestros dolores. Tal vez sea igualmente inexacto creer que se escapan o vuelven. En todo caso, si permanecen en nosotros, la mayoría de las veces es en un ámbito desconocido en el que no nos son de menor utilidad; pero, si recobramos el marco de sensaciones en el que se conservan, tienen, a su vez, esa misma capacidad de expulsar todo lo incompatible con ellos, de instalar  sólo en nosotros el yo que los vivió. El que yo acababa de volver a ser de súbito no había existido desde aquella noche lejana en la que mi abuela me había desvestido a mi llegada a Balbec (...) Yo no era sino aquella persona que intentaba refugiarse en los brazos de su abuela, borrar las huellas de sus penas dándole besos.

En busca del tiempo perdido. IV. Sodoma y gomorra.
Marcel Proust.
Editorial Lumen.
Páginas 170-171

miércoles, 27 de abril de 2011

Cartes d´Italia. 1954. Autor: Josep Pla. (Fragment).


“ A l´Edat Mitjana, Siena fou, probablement, la ciutat italiana d´una vida més apassionada, més ombrívola i més violenta. La lluita entre la llibertat i la tirania, travessada d´enemistats familiars portades al roig viu, d´implacables venjances, d´odis sense treva, hi arribà a una temperatura elevadíssima. Quins remolins de violència tingueren per fons les pedres del Palazzo Pubblico i de la Piazza!

Guerres amb les repúbliques veïnes, guerres civils, combats de carrer, exilis, deportacions en massa, proscripcions, confiscacions, cops de mà populars, violències aristocràtiques, guerres de desterrats contra l´oligarquia, submissions a forçes estrangeres, furioses revoltes, gesticulació sublim, actituds de traïció, grotesca joglaria…
Una vegada, en foren desterrats en bloc quatre mil artesans, el nombre de persones que hi foren escanyades és incomptable; les “defenestrazioni”, l´eliminació violenta, dels administradors de la ciutat per les finestres del comú, forma un contingent elevadíssim.

Quan hom pensa en la història de Siena i contempla el color general de la ciutat – un color de terra tocada d´una barreja de carmí pàl·lid i d´ivori groguenc-, us vénen ganes de creure que Siena ha estat amassada en sang – en coàguls de sang humana vermella i negrenca, que el pas dels segles ha alleugerit i esvaït delicadament”.


Cartes d´Italia. 1954
Josep PLA


viernes, 15 de abril de 2011

En busca del tiempo perdido V. La prisionera. Autor: Marcel Proust (Fragmento)

“ El día siguiente a aquella velada en la que Albertine me había dicho que tal vez iría y después no iría a casa de los Verdurin, me desperté temprano y, medio dormido aún, mi alegría me comunicó que había – interpolado en el invierno- un día de primavera. Fuera, temas populares finamente escritos para diversos instrumentos – desde la bocina del reparador de porcelana o la trompeta del sillero hasta la flauta del cabrero, que en un día hermoso parecía un pastor de Sicilia- orquestaban ligeramente el aire matinal, en una “Obertura para un día de fiesta”. El oído, sentido delicioso, nos brinda la compañía de la calle, de la que nos describe todas las líneas, traza todas las formas que por ella pasan, al tiempo que nos muestra su color. Los cierres del panadero, del mantequero, que la noche anterior estaban bajados sobre todas las posibilidades de la felicidad femenina, se alzaban ahora como las ligeras poleas de un navío que zarpa y va a navegar, cruzando el mar transparente, por un sueño de jóvenes empleadas. Ese ruido del cierre, al subir, tal vez habría sido mi único placer en un barrio diferente. En éste me alegraban otros cien, ninguno de los cuales habría querido perderme despertándome demasiado tarde. El encanto de los viejos barrios aristocráticos consiste en ser, además, populares. Como los que a veces tuvieron las catedrales no lejos de su pórtico – algunos de los cuales llegaron a conservar su nombre, como el de la catedral de Ruán, llamado de los “Libreros”, porque éstos, pegados a él, exponían al aire libre su mercancía -, diversos vendedores ambulantes pasaban por delante del noble palacete de Guermantes y recordaban a veces a la Francia eclesiástica de antaño, pues la llamada que lanzaban a las casitas vecinas nada tenía – con escasas excepciones- de una canción. Difería de ella tanto como la declamación – apenas coloreada por variaciones insensibles- de Boris Godunov y Pelléas, pero, por otra parte, recordaba la salmodia de un cura durante oficios de los que las escenas de la calle son la simple contrapartida bonachona, ferial, y, sin embargo, a medias litúrgica.
Nunca me había dado tanto placer como desde que Albertine vivía conmigo; me parecían una señal gozosa de su despertar y, al interesarme en la vida de fuera, me hacían sentir mejor la sosegadota virtud de una presencia querida, tan constante como la deseaba yo. Algunos de los alimentos voceados en la calle y que yo, personalmente detestaba eran muy del gusto de Albertine, por lo que Françoise enviaba a comprarlos a su joven lacayo, tal vez un poco humillado de verse confundido con la muchedumbre plebeya.”

En busca del tiempo perdido. V.
La prisionera
À la recherche du temps perdu. V.
La prisonnière.
Marcel Proust
Editorial Lumen
Traducció de Carlos Manzano

El mundo de ayer. Memorias de un europeo. (Die Welt von gestern). 1944. Autor: Stefan Zweig (Fragmentos)

“ Nací en 1881, en un imperio grande y poderoso – la monarquía de los Habsburgos-, pero no se molesten en buscarlo en el mapa: ha sido borrado sin dejar rastro. Me crié en Viena, metrópoli dos veces milenaria y supranacional, de donde tuve que huir como un criminal antes de que fuese degradada a la condición de ciudad de provincia alemana. En la lengua en que había escrito y en la tierra en que mis libros se habían granjeado la amistad de millones de lectores, mi obra literaria fue reducida a cenizas. De manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de los casos. También he perdido a mi patria propiamente dicha, la que había elegido mi corazón, Europa, a partir del momento en que ésta se ha suicidado desgrarrándose en dos guerras fratricidas.

(…)

Para comprenderlo, hay que saber que el café vienés es una institución muy especial, incomparable con ninguna otra a lo largo y ancho del mundo. Se trata, de hecho, de una especie de club democrático, abierto a todo aquel que quiera tomarse una taza de café a buen precio y donde, pagando esta pequeña contribución, cualquier cliente puede permanecer sentado durante horas, charlando, escribiendo, jugando a cartas; puede recibir ahí el correo y, sobre todo, consumir una cantidad ilimitada de periódicos y revistas. Un café vienés de categoría ponía a disposición del público todos los periódicos de Viena, y no sólo de Viena sino de todo el Imperio Alemán, además de los franceses, ingleses, italianos y americanos, así como todas las revistas literarias y artísticas importantes del mundo, tales como el “Mercure de France”, la “Neue Rundschau”, el “Studio” y el “Burlington Magazine”. De esta manera sabíamos de primera mano todo lo que ocurría en el mundo, nos enterábamos de todos los libros que aparecían, de todos los espectáculos, cualquiera que fuese el lugar donde se representaban, y comparábamos las críticas de todos los diarios; a lo mejor nada ha contribuido tanto a la desenvoltura intelectual y la orientación cosmopolita de Austria como el hecho de que en el café se podia informar uno de todos los acontecimientos del mundo al tiempo que comentarlos con su círculo de amigos.

(..)

El sol brillaba con plenitud y fuerza. Mientras regresaba a casa, de pronto observé mi sombra ante mí, del mismo modo que veía la sombra de la otra guerra detrás de la actual. Durante todo ese tiempo, aquella sombra ya no se apartó de mí; se cernía sobre mis pensamientos noche y día; quizá su oscuro contorno se proyecta también sobre muchas páginas de este libro. Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo este ha vivido de verdad.”

El mundo de ayer.
Memorias de un europeo.
(Die Welt von gestern). 1944
Stefan ZWEIG
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miércoles, 13 de abril de 2011

Memorias de ultratumba (Mémoires d'outre-tombe).1846. Autor: François-René de CHATEAUBRIAND. (Fragmento)

" París no tenía ya, en 1792, la fisionomía de 1789 y de 1790; no era ya la Revolución naciente, sino un pueblo que caminaba ebrio hacia su destino, a través de los abismos, en pleno descarrío. El pueblo no aparecía ya tumultuoso, curioso, atareado; era simplemente amenazante. Por las calles no se encontraban más que rostros aterrados o feroces, gentes que andaban pegadas a las casas para no ser vistas, o que merodeaban en busca de su presa: miradas medrosas y gachas se desviaban al cruzarse con la vuestras, o miradas duras se fijaban en la vuestras para intuiros y penetrar en vuestros pensamientos.
La variedad en el vestir se había acabado; el viejo mundo desaparecía; se veía a la gente llevar la casaca uniforme del mundo nuevo, casaca que en aquel entonces no era sino el último traje de los condenados del futuro. Las licencias sociales que se manifestaban en el rejuvenecerse de Francia, las libertades de 1789, esas libertades peregrinas y sin regla de un orden de cosas que se destruye y que todavía no es la anarquía, se igualaban ya bajo el cetro popular: se sentía la proximidad de una joven tiranía plebeya, fecunda, es cierto, y llena de esperanzas, pero también mucho más terrible que el despotismo caduco de la antigua monarquía: porque al estar presente en todas partes el pueblo soberano, cuando se convierte en tirano, el tirano está por doquier; es la presencia universal de un universal Tiberio.
Se mezclaba con la población parisina una población extraña de matones del sur; la vanguardia de los marselleses, a la que mandó llamar Danton para la jornada del 10 de agosto y las masacres de septiembre, resultaba reconocible por sus andrajos, su tez aceitunada, su aire de bajeza moral y de crimen, pero de crimen de otros soles: in vultu vitium, con el vicio pintado en el rostro.

A derecha e izquierda del camino, se presentaban castillos destruidos; de sus arboledas arrasadas no quedaban más que algunos troncos escuadrados, sobre los que jugaban unos niños. Se veían muros de recintos amurallados mellados, iglesias abandonadas, cuyos muertos habían sido sacados de sus tumbas, campanarios sin campanas, cementerios sin cruces, santos sin cabeza y lapidados en sus nichos. Sobre las murallas había pintarrajeadas estas inscripciones republicanas ya envejecidas: LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD O MUERTE. A veces se había tratado de borrar la palabra MUERTE, pero las letras negras o rojas reaparecían bajo una capa de cal. Esta nación que parecía estar a punto de disolverse, volvía a inaugurar un mundo, como esos pueblos que surgen de la noche de la barbarie y de la destrucción en la Edad Media."



Memorias de ultratumba (Mémoires d'outre-tombe).1846.
François-René de CHATEAUBRIAND
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martes, 12 de abril de 2011

La conciencia de Zeno (La coscienza di Zeno). 1923. Autor: Italo Svevo (Fragmentos)

" En la mentalidad de un joven de familia burguesa el concepto de vida humana va asociado al de la carrera y en la primera juventud la carrera es la de Napoleón I, sin por ello soñar a llegar a ser emperador, porque podemos parecernos a Napoleón permaneciendo mucho – pero que mucho- más abajo. El sonido más rudimentario, el de las olas del mar, que desde que se forma cambia a cada instante hasta morir, sintetiza la vida más intensa. Por eso, yo también esperaba llegar a ser y deshacerme como Napoleón y la ola.

(…)
 

Lo curioso es que mi aventura matrimonial empezó con el conocimiento de mi futuro suegro y la amistad y la admiración que le profesé antes de saber que era padre de muchachas casaderas.
Giovanni Malfenti, tan distinto de mí y de todas las personas cuya compañía y amistad había buscado yo hasta entonces, satisfacía mi deseo de novedad. Yo era bastante culto, pues había pasado por dos facultades universitarias y también por mi larga indolencia de años, que considero muy instructiva. En cambio, él era un gran negociante inculto y activo, pero su ignorancia le proporcionaba fuerza y serenidad y a mí me encantaba observarlo y lo envidiaba.
Malfenti tenía entonces casi cincuenta años, una salud de hierro y un cuerpo enorme, alto y grueso, de más de un quintal de peso. Las pocas ideas que se agitaban en su enorme cabeza las desarrollaba con tal claridad, las analizaba con tal asiduidad, las aplicaba a tantos asuntos nuevos de cada día, que se convertían en partes suyas: sus miembros, su carácter. Yo era muy pobre en ideas así y me apegué a él para enriquecerme.
Me senté a aquella mesa en la que sobresalía mi futuro suegro y de allí no me moví más, como si hubiera llegado a una auténtica cátedra comercial, como la que buscaba desde hacía tanto tiempo.
Estaba muy dispuesto a enseñarme e incluso anotó de su puño y letra tres mandamientos que, según consideraba, bastaban para hacer prosperar cualquier empresa: 1) No es necesario saber trabajar, pero quien no sabe hacer trabajar a los demás perece. 2) Sólo hay un gran motivo de remordimiento: el de no haber sabido trabajar en pro del interés propio. 3) En los negocios la teoría es utilísima, pero sólo es aplicable cuando se ha liquidado el negocio.
Me sé de memoria estos y muchos otros teoremas, pero a mí no me fueron de provecho.

Me casé con su hija. Ahora escruto a veces los rostros de mis hijos para ver si, junto a mi fina barbilla, señal de debilidad, junto a mis ojos soñadores, que les transmití, hay en ellos al menos algún rasgo de la fuerza brutal del abuelo que yo les elegí.”



La conciencia de Zeno (La coscienza di Zeno). 1923
Italo Svevo

lunes, 11 de abril de 2011

Una danza para la música del tiempo.( A dance to music of time) (1951-1975). Autor: Anthony Powell (Fragmentos).

“ El nombre de restaurante chino Casanova ofrecía una de esas inequívocas mezclas de elementos imaginativamente dispares que sugieren una actitud mental o una forma de vida completamente nuevas. La idea de que Casanova prestara su nombre a un restaurante chino no sólo unía Oriente con Occidente, el presente con el pasado, sino que también, desde una visión más localista, sugería por su propia incongruencia un lugar extraordinariamente adecuado para que todos nosotros cenáramos allí aquella noche. Entramos en dos grandes salas en las que la mayoría de las mesas estaban ocupadas. La clientela, predominantemente varones de rasgos asiáticos, tenía una base compuesta por hombres de negocios chinos y estudiantes indios. Unos cuantos hombres de raza negra compartían la mesa con jóvenes de raza blanca rubísimas, y salpicaban también la clientela algunos comensales pertenecientes a esas razas étnicamente indefinibles  que colonizan el Soho y se cruzan allí. A lo largo de las paredes, unos frescos de tonos pastel, realizados con infinita pobreza de dibujo, evocaban Dios sabe qué nadir de degradación estética.
(...)
 La guerra había arrojado a la orilla toda clase de restos de naufragios, en toda suerte de costas. En su momento, cuando se retirara el oleaje, gran parte de aquellos pecios flotarían de nuevo, en un proceso que duraría varios años a medida que amainaran los vientos. Entre los muchos individuos dispersos y extenuados ahora en la arena, bastantes resistirían la fuerza de la resaca. Algunos revivirían allí mismo donde los habían dejado las olas; pero otros, los más decididos, se arrastrarían tierra adentro.
(...)
 De vez en cuando, quizá cada año y medio, me llegaba una invitación para tomar el té el domingo en el Ufford en forma de postal escrita con la letra apretada y clara de tío Giles. Aquel hotel privado de Bayswater, en el que  se alojaba durante sus relativamente esporádicas visitas a Londres, ocupaba dos edificios esquineros en una escondida y casi impenetrable zona del oeste de la Queen´s Road. El color gris de los edificios –gris de acorazado- y también la configuración del bloque en conjunto, angulosa y rematada con una pesada estructura en su parte superior, sugerían la imagen de un gran buque anclado en la calle. Pero incluso dentro, por lo menos en su planta baja, el Ufford evocaba la vida en el mar, aunque no ciertamente la estancia a bordo de un lujoso transatlántico; a lo sumo, en alguna de las viejas goletas que aparecen en las novelas de Conrad, tal vez decorada en otros tiempos como yate de recreo de un ricachón, pero deslustrada ahora por el paso de los años y reducida a usos innobles, como el tráfico de turistas, de peregrinos o incluso de inmigrantges ilegales."

Una danza para la música del tiempo.
A dance to music of time. (1951-1975)
Anthony Powell

lunes, 4 de abril de 2011

Vida y destino (Zhizn i Sudbá). 1959. Autor: Vasili GROSSMAN (Fragmentos)

" Era Stalingrado la que determinaría la filosofía de la Historia y los sistemas sociales del futuro. La sombra del destino del mundo ocultó a los ojos de los hombres la ciudad que en un tiempo había conocido una vida normal y corriente. Stalingrado se convirtió en la señal del futuro.

La vieja mujer, al acercarse a su casa, se encontraba sin darse cuenta bajo el poder de las fuerzas que se habían manifestado en Stalingrado, aquel lugar donde ella había trabajado, criado a su nieto, escrito cartas a sus hijas, enfermado de gripe, se había comprado zapatos.

Pidió al conductor que se detuviera, se apeó del vehículo. Abriéndose camino con dificultad a través de la calle desierta, todavía sembrada de escombros, contemplaba las ruinas y reconocía vagamente los restos de las casas vecinas a la suya.
Aleksandra Vladimirovna entrevió con sus viejos ojos hipermétropes las paredes de su apartamento, reconoció la pintura azul y verde descolorida. Pero las habitaciones no tenían suelo ni techo, no había escalera por la que subir.
Con una fuerza brutal que le sacudió el alma, percibió toda su vida: sus hijas, su desdichado hijo, su nieto Seriozha, las pérdidas irreparables y su cabeza gris, sin un techo. Una mujer débil, enferma, con el abrigo raído y los zapatos destaconados miraba las ruinas de su casa.
¿Qué le deparaba el futuro? A sus setenta años, era una incógnita. “Queda vida por delante”, pensó Aleksandra Vladímirovna. ¿Qué sería de aquellos que amaba? No lo sabía. Un cielo primaveral la miraba a través de las ventanas vacías de su casa.

 Y ahí estaba, una mujer vieja ahora; vive esperando el bien, cree, teme el mal, llena de angustia por los que viven y también por los que están muertos; ahí está, mirando las ruinas de su casa, admirando el cielo de primavera sin saber que lo está admirando, preguntándose por qué el futuro de los que ama es tan oscuro y sus vidas están tan llenas de errores, sin darse cuenta de que precisamente esa confusión, esa niebla y ese dolor aportan respuesta, la claridad, la esperanza, sin darse cuenta de que en lo más profundo de su alma ya conoce el significado de la vida que le ha tocado vivir, a ella y a los suyos. Y aunque ninguno de ellos pueda decir qué les espera, aunque sepan que en una época tan terrible el ser humano no es ya forjador de su propia felicidad y que sólo el destino tiene el poder de indultar y castigar, de ensalzar en la gloria y hundir en la miseria, de convertir a un hombre en polvo de un campo penitenciario, sin embargo ni el destino ni la historia ni la ira del Estado ni la gloria ni la infamia de la batalla tienen poder para transformar a los que llevan por nombre seres humanos. Fuera lo que fuese lo que les deparara el futuro – la fama por su trabajo o la soledad, la miseria y la desesperación, la muerte y la ejecución- ellos vivirán como seres humanos y morirán como seres humanos, y lo mismo para aquellos que ya han muerto; y sólo en eso consiste la victoria amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas grandiosas e inhumanas que hubo y habrá en el mundo.”

Vida y destino (Zhizn i Sudbá). 1959
Vasili GROSSMAN

domingo, 3 de abril de 2011

En busca del tiempo perdido (La parte de Guermantes). À la recherche du temps perdu (Le côté de Germantes). Autor: Marcel PROUST (Fragmento).

“ Yo llevaba mucho tiempo sin ver a Swann y me pregunté por un instante si en tiempos se recortaba el bigote o llevaba el pelo cortado a cepillo, pues vi en él algo cambiado; era sólo que estaba en efecto muy “cambiado”, porque estaba muy enfermo y la enfermedad produce modificaciones tan profundas en el rostro como las de empezar a dejarse barba o cambiar la raya de sitio. (La enfermedad de Swann era la que se había llevado a su madre y que ésta había contraido precisamente a la edad que él tenía. Nuestras vidas están, en realidad, tan llenas de cifras cabalísticas, de suertes echadas, por la herencia, como si de verdad existieran las brujas y, así como hay determinada duración de la vida para la Humanidad en general, así también la hay para las familias en particular, es decir, en las familias para los miembros que se parecen.) Swann iba vestido con una elegancia que, como la de su mujer, asociaba lo que era con lo que había sido. Embutido en una levita de color gris perla, que realzaba su gran estatura, esbelto, con guantes blancos de listas negras, llevaba una chistera gris ensanchada, que Delion ya sólo hacía para él, para el príncipe de Sagan, para el Sr. de Charlus, para el marqués de Módena, para el Sr. Charles Haas y para el conde Louis Turenne. Me sorprendió la encantadora sonrisa y el afectuoso apretón de manos con los que respondió a mi saludo, pues creía que, después de tanto tiempo, no me habría reconocido enseguida; le expresé mi asombro y lo acogió con carcajadas, un poco de indignación y una nueva presión de mano, como si fuera a poner en duda la integridad de su cerebro o la sinceridad de su afecto suponer que no me reconocía y, sin embargo, así era; no me indentificó – lo supe mucho más adelante- hasta unos minutos después, al oír mi nombre, pero su dominio y seguridad en el ejercicio de la vida mundana eran tales, que ningún cambio en su rostro, en sus palabras, en las cosas que me dijo, reveló el descubrimiento que una palabra del Sr. de Guermantes le había brindado.
(…)
“Lo perdono”, dijo, distraída, la duquesa (de Guermantes), quien, tras parecer asaltada de repente por una idea que la alegró, reprimió una ligera sonrisa, pero volvió en seguida a dirigirse a Swann: “Bueno, ¿qué? No nos ha dicho si vendrá a Italia con nosotros”.
“Creo, señora, que no será posible.”
“Pues entonces la Sra. de Montmorency tiene más suerte. Estuvo usted con ella en Venecia y en Vicenza. Me dijo que con usted se veían cosas que, si no, nunca se verían, de las que nadie ha hablado nunca, que le enseñó usted cosas insólitas y que, incluso en las cosas conocidas, pudo comprender detalles, ante los cuales, de no haber estado usted con ella, habría pasado veinte veces sin advertirlos nunca. La verdad es que ha resultado más favorecida que nosotros…
Swann rompió a reir.
“De todos modos, me gustaría saber”, le preguntó la Sra. de Guermantes, “como puede usted saber, con diez meses de adelanto, que será imposible”.
“Mi querida duquesa, se lo diré, si se empeña, pero ante todo ya ve que estoy muy enfermo”.
“Sí mi querido Charles, me parece que no tiene usted buena cara precisamente, no me gusta nada su color, pero no se lo pido para dentro de ocho días, sino para dentro de diez meses. Para dentro de diez meses hay tiempo de curarse, ¿verdad?
Pues, a ver, en una palabra, ¿cuál es la razón que le impedirá ir a Italia?”, preguntó la duquesa, al tiempo que se levantaba para despedirse de nosotros.
“Pues, mi querida amiga, la de que llevaré varios meses muerto. Según los médicos, a los que he consultado, al final del año la dolencia que tengo, y que, por lo demás, puede llevárseme en seguida, no me dejará en cualquier caso más de tres o cuatro meses de vida y, aun así, es el máximo”, respondió Swann sonriendo, mientras el lacayo abría la puerta vidriera para dejar pasar a la duquesa.
“Pero, ¿qué me dice?”, exclamó la duquesa, al tiempo que se detenía un segundo en su camino hacia el coche y alzaba sus hermosos ojos azules y melancólicos, pero cargados de incertidumbre. Colocada por primera vez en su vida entre dos deberes tan diferentes como montar en su coche para ir a cenar fuera y manifestar piedad a un hombre que iba a morir, no veía nada en el código de la compostura que indicara la jurisprudencia que seguir y, no sabiendo a cuál conceder prelación, consideró oportuno hacer como que no se creía que se planteara la segunda opción, a fin de obedecer a la primera, que exigía en aquel momento menos esfuerzo, y pensó que la mejor forma de resolver el conflicto era la de negarlo. “¿Está usted de broma?”, dijo a Swann.
“Sería una broma de un gusto encantador”, respondió, irónico, Swann. “No sé por qué se lo digo, hasta ahora no le había hablado de mi enfermedad, pero como me lo ha preguntado y ahora puedo morir de un día para otro… Pero sobre todo no quiero que se retrasen, ya que van a cenar fuera”, añadió, porque sabía que, para los demás, sus propias obligaciones mundanas tienen prelación sobre la muerte de un amigo y, gracias a su cortesía, se ponía en su lugar, pero el de la duquesa le permitía también advertir confusamente que la cena a la que ella iba a ir debía contar para Swann menos que su propia muerte.”

En busca del tiempo perdido (La parte de Guermantes).
À la recherche du temps perdu (Le côté de Germantes).
Marcel Proust.

lunes, 28 de marzo de 2011

Memorias de ultratumba (Mémoires d'outre-tombe ). 1846. Autor: François-René de CHATEAUBRIAND.

" Entre esta multitud había un hombre de entre treinta y treinta y dos años en el que nadie se fijaba, y el cual tampoco prestaba atención más que a un grabado de la muerte del general Wolf. Impresionado por su aspecto, pregunté quién era; uno de los que tenía al lado respondió: “No es nadie, un simple campesino vandeano, que trae una carta a sus jefes”.

Este hombre, “que no es nadie”, había visto morir a Cathelineau, primer general de la Vendée y campesino como él; a Bonchamp, imagen rediviva de Bayardo; a Lescure, armado de un silicio que no era a prueba de balas; a D´Elbée, fusilado en un sillón, ya que sus heridas no le permitían abrazar de pie la muerte; a la Rochejaquelein, cuyo cadáver los patriotas ordenaron “verificar”, para tranquilizar así a la Convención en medio de sus victorias. Este hombre, “que no era nadie”, había asistido a doscientas conquistas y reconquistas de ciudades, aldeas y reductos, a setecientas acciones especiales y a diecisiete batallas campales; había combatido contra trescientos mil hombres de fuerzas regulares, contra seiscientos o setecientos mozos de reemplazo y guardias nacionales; había ayudado a apoderarse de cien cañones y cincuenta mil fusiles; había atravesado las “columnas infernales”, compañías de incendiarios mandados por convencionales; se había encontrado en medio del océano de fuego que, por tres veces, desencadenó sus olas sobre los bosques de la Vendée; por último, había visto perecer a trescientos mil Hércules del arado, compañeros suyos de fatigas y convertirse en un desierto de cenizas cien leguas cuadradas de una fértil región.

Las dos Francias se enfrentaron en este suelo nivelado por ellas. Todo cuanto quedaba de sangre y de recuerdo en la Francia de las cruzadas, pugnó contra lo que había de nueva sangre y de esperanzas en la Francia de la Revolución. El vencedor sintió la grandeza del vencido. Thureau, general de los republicanos, declaraba que “los vandeanos entrarán en la Historia en el primer rango de los pueblos soldado”.

Tenía el aire indiferente del salvaje; su mirada era torva e inflexible como una barra de hierro; su labio inferior temblaba contra sus apretados dientes; los cabellos le caían de la cabeza cual serpientes adormecidas, pero prestas a enderezarse; sus brazos pendulones imprimían una sacudida nerviosa a unos enormes puños llenos de cicatrices de sablazos. Su fisonomía expresaba una naturaleza popular rústica, puesta, por la fuerza de la costumbre, al servicio de intereses y de ideas contrarias a esta naturaleza; la fidelidad nativa del vasallo, la simple fe del cristiano se mezclaban con la ruda independencia plebeya acostumbrada a conocer su propio valor y a tomarse la justicia por su mano. El sentimiento de su libertad parecía no ser en él sino la conciencia de la fuerza de su mano y de la intrepidez de su ánimo. No hablaba más de lo que lo hubiera hecho un león; se rascaba y bostezaba como tal, se echaba sobre un costado cual león enfurruñado y soñaba aparentemente con sangre y bosques: su inteligencia era del mismo tipo que la de la muerte."


Memorias de ultratumba (Mémoires d'outre-tombe ). 1846
François-René de CHATEAUBRIAND
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lunes, 14 de marzo de 2011

Retorno a Brideshead (Brideshead revisited). 1945. Autor: Evelyn Waugh. (Fragmentos)



Retorno a Brideshead
(Brideshead revisited). 1945
Evelyn Waugh





" Me sentí como el marido que, después de cuatro años de matrimonio, se da cuenta de repente de que ya no siente deseo, ternura ni aprecio por la mujer que una vez amó; ningún placer en su compañía, ningún interés en gustarle, ninguna curiosidad por nada que ella pudiera hacer, decir o pensar; ninguna esperanza de que las cosas se arreglaran, ningún sentimiento de culpa por el desastre. La conocí como se conoce a la mujer con la que se ha compartido la casa, un día sí y otro también, durante tres años y medio; conocí sus hábitos de desaliño, descubrí lo rutinario y mecánico de sus encantos, sus celos y su egoísmo. El encantamiento había terminado y ahora la veía como a una antipática desconocida con la que me había unido indisolublemente en un momento de locura.
(...)
Hoy cuando veinte años después miro hacia atrás, son muy pocas las cosas que no hubiera hecho o que hubiera hecho de otra forma. (...) Toda la iniquidad de aquella época era como el alcohol que mezclan con la uva pura del Duero, algo embriagador y lleno de oscuros ingredientes; enriquecía y retrasaba a la vez todo el proceso de la adolescencia, de la misma forma que el alcohol retiene el proceso de fermentación del vino, lo vuelve imbebible, y debe permanecer en al oscuridad, año tras año, hasta que por fin se lo puede sacar a la luz listo para servir.
(...)
La languidez de la juventud, única y quintaesenciada... ¡Qué pronto se pierde para siempre! Todos los demás atributos tradicionales de la juventud: el entusiasmo, los afectos generosos, las ilusiones, la desesperación –todos menos ése-, aparecen y desaparecen a lo largo de la vida. Forman parte de la vida misma. Pero la languidez, la relajación de los músculos todavía no agotados, la mente que busca la soledad y se entrega a la introspección, sólo pertenecen a la juventud y con ella mueren.
(...)
Me convertí, pues, en un pintor arquitectónico.
Más aún que la obra de los grandes arquitectos, amaba los edificios que envejecían en silencio al paso de los siglos, que captaban y guardaban lo mejor de cada generación. Inglaterra está repleta de tales edificios, y durante la última década de su grandeza, los ingleses parecieron darse cuenta por primera vez de algo a lo que hasta entonces no habían dado importancia. Saludaban su belleza y perfecciones en el momento mismo de su extinción.
A raíz de mi primera exposición, me llamaron desde todos los rincones del país para retratar las casas que pronto iban a ser abandonadas o demolidas. Es más; mi llegada precedía a menudo tan sólo en unos cuantos pasos a la del subastador como un presagio del fin.
(...)
Siempre  la llamó “la casa nueva”. Ese fue el nombre que le dieron las nodrizas, y en los campos, los hombres analfabetos que conservaban antiguos recuerdos. Se puede ver el lugar donde se erguía la casa vieja, cerca de la iglesia del pueblo.(...). Cavaron hasta los cimientos en busca de piedras para la casa nueva (...) Ahí yacían nuestras raíces, en los huecos abandonados de la colina del castillo, entre el brezo y la ortiga, entre las tumbas de la vieja iglesia y la capellanía donde no canta ningún clérigo.(...) Eramos caballeros en aquella época, barones desde la batalla de Agincourt. Los mayores honores llegaron con los reyes George, (...) los días de la esquila de la lana y  las anchas tierras de trigo, los de crecimiento y construcción, cuando drenaron los pantanos y araron los páramos, cuando uno edificó la casa, su hijo añadió la cúpula, y el hijo de éste amplió las alas y embalsamó el río..."

miércoles, 2 de marzo de 2011

Bajo el signo de Marte (Mars). 1977. Autor: Fritz Zorn (Fragmento).

Bajo el signo de Marte (Mars). 1977
Fritz Zorn



A menudo la sensibilidad representa una gran desgracia para aquel que la tiene, y proporciona al hombre sensible muchos dolores y pocas alegrías. La sensibilidad no es una debilidad ni una inferioridad en el marco de la sociedad humana. Al contrario, la sensibilidad incluso es una necesidad, porque sólo el hombre sensible intuye hasta qué punto su propia sociedad es malvada, y lo siente tan dolorosamente que intenta expresarlo en palabras y provocar una mejora mediante la formulación de su crítica.

Naturalmente, la amiga que yo me imaginaba debía seguir siendo siempre un sueño. En efecto: ¿cómo me hubiera animado a dirigirle la palabra a una muchacha o a llegar a preguntarle si quería ser mi amiga? Evidentemente no era porque yo tratara de contarme aún entre los alumnos “pequeños” que no tenían una amiga. Ni tampoco porque no había encontrado por casualidad una chica en la clase de baile de la que ya he hablado. No, era mucho, mucho más que eso lo que me faltaba, ya que detrás de esa amiga imaginaria se escondía, aun cuando todavía no me daba cuenta bien de ello, la imagen de la mujer, de la sexualidad, del amor, en una palabra: de la vida. La sexualidad no formaba parte de mi mundo, ya que la sexualidad encarna la vida y yo había crecido en una casa donde la vida no estaba bien vista, pues entre nosotros se prefería ser correcto a vivir. Sin embargo la vida toda es sexualidad, ya que florece en el amor, el deseo y las relaciones con el otro. Todo el proceso de la vida debe situarse en el mismo plano que el acto de unión sexual: todo lo que vive impulsa continuamente a la mezcla, a la mutua penetración, a la unión; y toda separación, división, disociación y dislocación es, incesantemente y cada vez, la muerte. El que se une, vive; el que se mantiene aparte, muere.”


jueves, 24 de febrero de 2011

La isla (L´isola). 1942. Autor: Giani Stuparich (Fragmento)

La isla (L´isola). 1942
Giani Stuparich






"Efímeros clamores de voces humanas se desprendían  de vez en cuando de aquella poderosa coral  y eran dispersados por el viento. El establecimiento de baños, con sus embarcaderos y sus cabinas de colores, con la superficie  del agua punteada de bañistas como si fueran calabazas, parecía un juguete arrojado allí descuidadamente por las olas.
Por primera vez padre e hijo se miraron a la cara y, ajenos a sí mismos, hicieron que aflorara de la tristeza una genuina sonrisa y hablaron, intercambiando expresiones de maravilla ante aquella vista.
- ¿El abuelo murió pronto?
Murió joven. Yo acababa de cumplir los catorce años. Son las mujeres las que más aguantan; los hombres por aquí o perecen o se consumen antes.
El alboroto de los bañistas continuaban por debajo de ellos; en la amplia terraza todavía no había nadie; pero ya los camareros preparaban las mesas para la comida.
- En aquellos tiempos –prosiguió el padre- no existía este establecimiento de baños, no existían siquiera esas casas que ves aquí y allá entre los pinos. El sitio era de lo más salvaje; más poblado el bosque y todavía más ensordecedoras en verano las cigarras. A mí esta pequeña ensenada me parecía un golfo abierto e infinito, el mayor golfo del mundo.
(…)
En el barco , el padre quiso permanecer en cubierta para despedirse de su isla; luego bajó a la cabina.
El hijo vio empequeñecerse la isla, desvanecerse  en el horizonte bajo el inmenso resplandor del mar. Fue aquel el primer momento en el que tuvo la conciencia precisa y simple de lo que perdía al perder a su padre.”

miércoles, 23 de febrero de 2011

El cielo es azul, la tierra blanca (Sensei no kaban). 2001. Autora: Hiromi Kawakami (Fragmento)

“Oficialmente se llamaba profesor Harutsuna Matsumoto, pero yo lo llamaba «maestro». Ni «profesor», ni «señor». Simplemente, maestro. Me había dado clase de japonés en el instituto. Puesto que no fue mi tutor ni me entusiasmaban sus clases, no conservaba ningún recuerdo significativo suyo. No había vuelto a verlo desde que me gradué. Empezamos a tratarnos a menudo cuando coincidimos, hace unos cuantos años, en una taberna frente a la estación. El maestro estaba sentado en la barra, tieso como un palo.
-Atún con soja fermentada, raíz de loto salteada y chalota salada-pedí, y me senté en la barra. Casi al unísono, el viejo estirado que estaba a mi lado dijo:
-Chalota salada, raíz de loto salteada y atún con soja fermentada. Al darme cuenta de que teníamos los mismos gustos, me volví y él también me miró. Mientras  intentaba recordar dónde había visto aquella cara, empezó a hablarme.
-Eres Tsukiko Omachi, ¿verdad?
Cuando asentí, sorprendida, siguió hablando.
-No es la primera vez que te veo por aquí.”

(...)

 Estaba mirando al cielo.

Me había sentado en un gran tronco. Desde el lugar donde estaba, el martilleo del pájaro carpintero era casi inaudible. Otros pájaros trinaban en su lugar.
La humedad impregnaba todos los rincones. La tierra no era lo único que estaba empapado: las hojas de los árboles, la maleza, los hongos, los innumerables microbios que habitaban el subsuelo, los insectos que se arrastraban por la superficie, los bichos alados que volaban en el cielo, los pájaros que descansaban en las ramas y los animales más grandes del interior del bosque llenaban el ambiente de vida y de rebosante humedad.
El follaje parecía una red extendida a lo largo del cielo. Vi escarabajos muertos, infinitas variedades de hormigas, insectos de toda clase y mariposas que dormían en los reversos de las hojas.

Me sorprendió estar rodeada de tantas criaturas vivas. En la ciudad siempre estaba sola, aunque estuviera con el maestro. Creía que en las ciudades sólo vivían criaturas de gran tamaño. Sin embargo, al reflexionar sobre el asunto me di cuenta de que en la ciudad también estaba rodeada de seres vivos. Nunca estábamos solos. Aunque en la taberna sólo hablara con el maestro, Satoru también estaba allí, así como una multitud de clientes habituales cuyas caras me resultaban familiares. Aun así, nunca había considerado a los demás personas de carne y hueso. No había caído en la cuenta de que cada uno de ellos tenía su propia vida, llena de altibajos como la mía.”

El cielo es azul, la tierra blanca (Sensei no kaban). 2001
Hiromi Kawakami

martes, 22 de febrero de 2011

L´edat de ferro (Age of iron) 1990. Autor: J.M.COETZEE (Fragment)

L´edat de ferro  (Age of iron)
J.M.COETZEE


"Enguany les pluges han començat aviat. És el quart mes de pluja. Si toques la paret, es forma una línia d'humitat. En alguns llocs el guix s'ha bufat i s'ha esquerdat. La meva roba fa una olor agra i de florit. Com enyoro, encara que només sigui una vegada, posar-me roba interior neta amb olor de sol! Que se'm permeti una vegada més baixar per l'avinguda una tarda d'estiu entre els cossos color de nou dels nens que van a l'escola, rient, cridant, amb olor de suor jove i neta; les nenes cada any més boniques, més belles. I si això no pot ser, que em quedi encara, fins al final, la gratitud, il·limitada, la gratitud que sento per haver-me estat concedida una temporada en aquest món de meravelles."

lunes, 21 de febrero de 2011

A la sombra de las muchachas en flor (À l´ombre des jeunes filles en fleur). 1922. Autor: Marcel PROUST (Fragmento)

"Un encanto suplementario de la vida en una ciudad balnearia como Balbec es el de que el rostro de una muchacha linda – una vendedora de conchas, pasteles o flores-, pintado con colores vivos en nuestro pensamiento, sea cotidianamente para nosotros – desde la mañana- el objetivo de cada una de esas jornadas indolentes y luminosas que pasamos en la playa. En ellas estamos, por esa razón – aunque ociosos- alertas, como en jornadas de trabajo, orientados, imantados ligeramente impelidos hacia un instante próximo: aquel en que, al tiempo que compremos polvorones, rosas, ammonites, nos deleitaremos viendo – en un rostro femenino- los colores expuestos con tanta pureza como una flor."

En busca del tiempo perdido. À la recherche du temps perdu.
A la sombra de las muchachas en flor
(À l´ombre des jeunes filles en fleur). 1922
Marcel Proust

jueves, 10 de febrero de 2011

84, Charing Cross Road. (1970). Autora: Helene Hanff (Fragmento)


11 de abril 1969

Querida Katherine:
Interrumpo la tarea de limpiar mis estanterías y me siento en la alfombra, rodeada de libros por todas partes, para escribirte unas letras y desearos un buen viaje. Espero que tú y Brian lo paséis muy bien en Londres. El otro día me preguntó por teléfono: “¿Vendrías con nosotros si tuvieras dinero para el viaje?”, y a mí se me saltaron las lagrimas.
Pero… no sé…, tal vez sea mejor que nunca haya estado allí. Soñé tanto con ello y durante tantísimos años… Solía ir a ver películas inglesas sólo para familiarizarme con las calles. Recuerdo que años atrás un muchacho al que conocía me dijo que las personas que viajaban a Inglaterra encontraban exactamente lo que buscaban. Yo le dije que buscaría la Inglaterra de la literatura inglesa, y él asintió y me dijo: “Está allí”.
Tal vez sea cierto, o tal vez no. Porque ahora, al mirar a mi alrededor en la alfombra, siento una certeza: está aquí.
El hombre, ¡Dios lo bendiga!, que me vendió todos mis libros murió hace pocos meses. Y el dueño de la tienda, el señor Marks, ha muerto también. Pero Marks & co. sigue allí todavía. Si por casualidad pasas por el 84 de Charing Cross Road, ¿querrás depositar un beso en mi nombre? ¡Le debo tantísimo…!

Helene

84, Charing Cross Road. (1970)
Helene Hanff

lunes, 7 de febrero de 2011

El jardín de los Finzi-Contini (Il giardino dei Finzi Contini). 1962. Autor: Giorgio Bassani (Fragmento)

" “Papá” preguntó otra vez Gannina, “¿Por qué dan menos tristeza las tumbas antiguas que las más recientes?”.
“Es lógico”, respondió. “Los muertos de hace poco están más cerca de nosotros y precisamente por eso los queremos más. Los etruscos, verdad, hace tanto tiempo que murieron”, y de nuevo estaba relatando un cuento, “que es como si no hubieran vivido nunca, como si siempre hubiesen estado muertos”.

Pero ya, una vez más, con la tranquilidad y la somnolencia (también Gannina se había quedado dormida), volvía yo con la memoria a los años de mi primera juventud y a Ferrara, al cementerio judío situado al final de Via Montebello. Volvía a ver los grandes prados salpicados de árboles, las lápidas y los cipos, más numerosos a lo largo de los muros exteriores y divisorios, y, como si la tuviera ante los ojos, la monumental tumba de los Finzi-Contini: una tumba fea, de acuerdo –había oído decir siempre en casa, desde niño -, pero aún así, imponente, e indicativa, aunque sólo fuera por eso, de la importancia de esa familia.
Y se me encogía el corazón más que nunca ante la idea de que en aquella tumba, edificada, al parecer, para garantizar el reposo perpetuo de quien la encargó –el suyo y el de su descendencia -, uno solo, de todos los Finzi-Contini que había conocido y amado yo, hubiera logrado reposar. En efecto, sólo Alberto, el hijo mayor, muerto en 1942 de un linfogranuloma, fue enterrado en ella, mientras que Micòl, la hija segundogénita, y el padre, el profesor Ermanno, y la madre, la señora Olga, y la señora Regina, la ancianísima madre paralítica de la señora Olga, deportados todos a Alemania en otoño de 1943, quién sabe si encontrarían sepultura alguna. "

El jardín de los Finzi-Contini  (Il giardino dei Finzi Contini). 1962
Giorgio BASSANI

jueves, 3 de febrero de 2011

El periodista deportivo (The sportswriter).1986. Autor: Richard Ford (Fragmento)

El periodista deportivo
(The sportswriter). 1986
Richard Ford









" Esta mañana he salido de los apartamentos a la playa suave y cambiante y he dado un paseo en bañador y sin camisa. Y se me ha ocurrido que un efecto natural de la vida es cubrirse con una fina capa de... ¿qué? , ¿una película?, ¿un residuo de la piel de todas las cosas que has hecho, sido y dicho y en las que te has equivocado? No lo sé. Pero el caso es que durante mucho tiempo nos cubrimos con esa capa y sólo raramente lo sabemos, a menos que por un motivo o una oportunidad inesperados salgamos de ella – durante una hora o incluso un momento- y nos sintamos repentinamente bien. Y en ese mágico momento uno se da cuenta del tiempo que ha pasado desde que empezó a sentir así. Se pregunta si habrá estado enfermo. ¿Es la propia vida una enfermedad o un síndrome? ¿Quién sabe? Seguro que todos nos sentimos así alguna vez, pues yo no puedo sentir nada que cientos de miles de ciudadanos no hayan sentido antes.
 

Sólo después, súbitamente, uno se despoja de eso – de esa película, de esa piel de vida- como cuando era pequeño. Y piensa: así debió de ser mi vida una vez, aunque entonces no lo supiera y tampoco lo recuerde realmente. Es una sensación de viento en las mejillas y en los brazos, de liberarse, de soltarse, de ser el faro de guía a los barcos. Y como no ha sido así durante mucho tiempo, esta vez uno quiere prolongar ese momento resplandeciente, ese aire fresco, esa nueva vida, intentando preservar una sensación fugaz, porque quizá cuando vuelva ya sea demasiado tarde, o sea demasiado viejo. Y la verdad es que ésa será la última vez que uno sienta eso en su vida."

 

lunes, 3 de enero de 2011

Radiaciones. Diarios de la Segunda Guerra Mundial. Anotaciones del Cáucaso (1939-1943) (Strahlungen: Kaukasische Aufzeichnungen). Autor: Ernst JÜNGER (Fragmentos).

Apsherónskaya, 1 de enero de 1943

 Me encontraba en una gran casa de huéspedes y hablaba de las maletas de los viajeros con el portero, quien llevaba en su uniforme llaves bordadas con hilo de plata. El portero decía que, incluso en situaciones de gran desconcierto, los viajeros se separan muy a disgusto de sus equipajes – éstos significan para ellos algo más que el envoltorio de sus pertenéncias, dentro de las maletas está la continuación del viaje, así como el prestigio y el crédito. El equipaje, decía el portero, es como el barco, que es lo último que se deja en la estacada cuando se realiza un viaje por mar, más aún, es como la propia piel. De manera oscura entreveía yo que aquella casa de huéspedes era el mundo y que la maleta era la vida.


Lötzen, 10 de enero de 1943 

Llegué a Lötzen al mediodía e inmediatamente pedí que me pusieran por teléfono con Kirchhorst y con Leisnig. Por boca de Perpetua he sabido, a las siete de la tarde, que mi buen padre ha muerto, cosa que yo había presentido ya con toda claridad. Será enterrado en Leisnig el miércoles próximo; llegaré, pues, todavía a tiempo, lo cual me tranquiliza mucho.

He estado meditando largo tiempo sobre mi padre, sobre su destino, su carácter, su humanidad, igual que lo había hecho muchas veces en los últimos días. 


Kirchhorst, 21 de enero de 1943

En Leisnig acudí enseguida al cementerio, tras haber saludado brevemente a mis hermanos; en el cementerio me entregó la llave de la capilla mortuoria la Heimbürgin, la “amortajadora”. Estaba ya oscureciendo cuando abrí la puerta. En el ataúd abierto, colocado sobre un alto catafalco, vestido de frac, mi padre, en una gran lejanía, solemne. Me acerqué lentamente, encendí las velas a derecha e izquierda de su cabeza. Largo tiempo estuve mirando su cara, que se me había vuelto muy extraña. Especialmente la parte de abajo, el mentón, el labio inferior, pertenecían a otra persona, a un desconocido. Di unos pasos hacia atrás por su lado izquierdo y contemplé su frente y su mejilla, en la cual era visible todavía como una raya roja la bien conocida cicatriz causada por un sable; entonces conseguí restablecer el contacto – vi a mi padre como lo había visto innumerables veces después de comer, sentado en su butacón y charlando. Alegría de encontrarlo todavía antes de que me lo ocultase la tierra. Pensamiento: “¿Estará dándose cuenta ahora de esta visita mía?”. Toqué su brazo, que había adelgazado mucho, toqué su fría mano; como para descongelarla, una lágrima cayó sobre ella. ¿Qué significado tiene ese silencio enorme que rodea a los muertos?

Ha fallecido a los setenta y cuatro años y, por tanto, ha vivido diez años más que su padre y diez años menos que su madre. Eso viene a confirmar una vez más mi parecer de que uno de los métodos de calcular la edad probable en que alguien morirá consiste en sacar la media de los años vividos por sus dos progenitores, suponiendo que su fallecimiento haya ocurrido en circunstancias normales.

Por la noche dormí en su habitación, en la que, con una iluminación íntima, le gustaba leer o jugar al ajedrez en la cama. Aún estaban en la mesilla de noche los libros con que se había ocupado en los últimos días – la "Historia de los griegos", de Jäger, así como obras sobre el modo de descifrar jeroglíficos y revistas de ajedrez. Allí me sentí muy cerca de él y experimenté un vivo dolor al contemplar su bien ordenada intimidad doméstica. La casa es nuestro vestido, es una ampliación de nuestra esencia que ordenamos a nuestro alrededor. Cuando fallecemos, también su forma se pierde pronto – de igual manera que también pierde su forma el cuerpo. Pero en aquella habitación todas las cosas se hallaban frescas aún y cada objeto parecía estar dejado allí de su mano un instante antes.”


Radiaciones. Diarios de la Segunda Guerra Mundial. Anotaciones del Cáucaso (1939-1943)
(Strahlungen: Kaukasische Aufzeichnungen).

Ernst JÜNGER