lunes, 14 de marzo de 2011

Retorno a Brideshead (Brideshead revisited). 1945. Autor: Evelyn Waugh. (Fragmentos)



Retorno a Brideshead
(Brideshead revisited). 1945
Evelyn Waugh





" Me sentí como el marido que, después de cuatro años de matrimonio, se da cuenta de repente de que ya no siente deseo, ternura ni aprecio por la mujer que una vez amó; ningún placer en su compañía, ningún interés en gustarle, ninguna curiosidad por nada que ella pudiera hacer, decir o pensar; ninguna esperanza de que las cosas se arreglaran, ningún sentimiento de culpa por el desastre. La conocí como se conoce a la mujer con la que se ha compartido la casa, un día sí y otro también, durante tres años y medio; conocí sus hábitos de desaliño, descubrí lo rutinario y mecánico de sus encantos, sus celos y su egoísmo. El encantamiento había terminado y ahora la veía como a una antipática desconocida con la que me había unido indisolublemente en un momento de locura.
(...)
Hoy cuando veinte años después miro hacia atrás, son muy pocas las cosas que no hubiera hecho o que hubiera hecho de otra forma. (...) Toda la iniquidad de aquella época era como el alcohol que mezclan con la uva pura del Duero, algo embriagador y lleno de oscuros ingredientes; enriquecía y retrasaba a la vez todo el proceso de la adolescencia, de la misma forma que el alcohol retiene el proceso de fermentación del vino, lo vuelve imbebible, y debe permanecer en al oscuridad, año tras año, hasta que por fin se lo puede sacar a la luz listo para servir.
(...)
La languidez de la juventud, única y quintaesenciada... ¡Qué pronto se pierde para siempre! Todos los demás atributos tradicionales de la juventud: el entusiasmo, los afectos generosos, las ilusiones, la desesperación –todos menos ése-, aparecen y desaparecen a lo largo de la vida. Forman parte de la vida misma. Pero la languidez, la relajación de los músculos todavía no agotados, la mente que busca la soledad y se entrega a la introspección, sólo pertenecen a la juventud y con ella mueren.
(...)
Me convertí, pues, en un pintor arquitectónico.
Más aún que la obra de los grandes arquitectos, amaba los edificios que envejecían en silencio al paso de los siglos, que captaban y guardaban lo mejor de cada generación. Inglaterra está repleta de tales edificios, y durante la última década de su grandeza, los ingleses parecieron darse cuenta por primera vez de algo a lo que hasta entonces no habían dado importancia. Saludaban su belleza y perfecciones en el momento mismo de su extinción.
A raíz de mi primera exposición, me llamaron desde todos los rincones del país para retratar las casas que pronto iban a ser abandonadas o demolidas. Es más; mi llegada precedía a menudo tan sólo en unos cuantos pasos a la del subastador como un presagio del fin.
(...)
Siempre  la llamó “la casa nueva”. Ese fue el nombre que le dieron las nodrizas, y en los campos, los hombres analfabetos que conservaban antiguos recuerdos. Se puede ver el lugar donde se erguía la casa vieja, cerca de la iglesia del pueblo.(...). Cavaron hasta los cimientos en busca de piedras para la casa nueva (...) Ahí yacían nuestras raíces, en los huecos abandonados de la colina del castillo, entre el brezo y la ortiga, entre las tumbas de la vieja iglesia y la capellanía donde no canta ningún clérigo.(...) Eramos caballeros en aquella época, barones desde la batalla de Agincourt. Los mayores honores llegaron con los reyes George, (...) los días de la esquila de la lana y  las anchas tierras de trigo, los de crecimiento y construcción, cuando drenaron los pantanos y araron los páramos, cuando uno edificó la casa, su hijo añadió la cúpula, y el hijo de éste amplió las alas y embalsamó el río..."

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