jueves, 2 de junio de 2016

Submundo (Underworld, 1997). Don DeLillo. Reseña.

Don DeLillo
Submundo (Underworld, 1997)
Traducción de Gian Castelli Gair
Editorial Seix-Barral. Barcelona.
Páginas: 902

Aunque lo intentara resultaría casi imposible resumir en pocas líneas el argumento de esta densa y alambicada novela.
En el momento de su publicación, el escritor inglés Martin Amis escribió un elogioso artículo, en octubre de 1997, en el New York Times Review, en el cual afirmaba que “Submundo”  “más que elevarse hacia las alturas, crece en extensión, y es difusa, cosa que no tiene por qué ser una novela larga”. Yo añadiría que por encima de toda consideración, leer esta novela es un reto apasionante, y requiere del lector una implicación absoluta.
La prosa de Don DeLillo es de lectura lenta, ralentizada, que precisa en ocasiones de relecturas todavía más lentas. DeLillo, tras la imagen de autor “tecnológico” y posmoderno es por encima de todo un poeta en prosa. Y esta opinión no es compartida por casi nadie. Yo la sostengo tras la lectura de gran parte de su obra.
El estilo del autor contiene tres elementos distintos, basados en el rigor: rigor en el material tratado, rigor en la estructura sintáctica, rigor en la destilación poética.

La frase DeLilliana, empieza expresando todo tipo de datos y hechos, más tarde bascula entre lo terrorífico y lo inopinadamente enfermizo, para finalizar con un broche de melancolía poética. Es algo así como una transfiguración del mundo moderno y contemporáneo en pequeños mantos de belleza narrativa.
De ahí que sea un escritor de párrafos y frases perfectas, casi inhumanas por su alto poder expresivo. Valgan como ejemplo dos fragmentos de “Submundo” que pueden mostrar la belleza de la prosa del autor:


"Conducía un Lexus a través del susurro del viento. Se trata de un automóvil montado en una zona completamente desprovista de presencia humana. Ni una gota de sudor mortal, con la excepción, de acuerdo, de los tipos que lo conducen al exterior de la planta: quizá una pequeña humedad allí donde sus manos han tocado el volante. El sistema fluye eternamente hacia delante, automatizado hasta matices sacerdotales, cada movimiento deslizante obedece a una referencia, para obtener un comportamiento perfecto. Carcasas huecas que avanzan formando una secuencia interminable. Una cola en la que ninguno de sus miembros se encuentra nervioso a consecuencia de la cafeína ni posee historiales clínicos de depresión. Tan sólo el mágico entramado de aleaciones de cromo transportadas en arcos entrelazados, bloques de hierro y lona asfáltica, altivos ornamentos de carrocería acoplados y fundidos. Robots que aprietan tuercas, currantes programados que no sueñan con los muertos familiares."



"Al internarse en una calle situada tras el instituto se sorprendió de ver que estaba cortada al tráfico. Era una calle destinada a juegos, el pavimento marcado con entramados pintados, con las casillas numeradas del tejo y la rayuela, con las bases para el "slapball". A Albert le encantó. Había pensado que la antigua costumbre de cerrar calles para que jugarán los críos había desaparecido hacía tiempo, décadas atrás, como la reliquia mental de una vida aún no completamente dominada por los automóviles y los camiones. Se detuvo y contempló el juego de los niños, sosteniendo su bastón en posición horizontal frente a la cintura como si se tratara de la barandilla de un estadio. Niños pequeños, delgados y veloces, con cadencias jamaicanas en algunas de sus voces y una niña de piel manchada que acaso sería malaya o del sur de la India, había que adivinarlo, saltando por las casillas de la rayuela con calculada habilidad, girando en el aíre con tal economía de movimientos que apenas se despeinaba: una piel broncínea que se tornaba alternativamente más clara y oscura, con matices oliváceos bajo los ojos. Deseó detenerla en mitad de un salto, detener todo durante medio segundo, relojes atómicos, relojes corporales, el micromundo en el que los físicos buscan el tiempo... y luego reproducirlo marcha atrás, desaltar a la muchacha, rebobinar la vida, proporcionarnos a todos la ocasión de recomenzar. Recordó la palabra para recomenzar, una palabra que los críos suelen gritar.(...)
Las estaciones transcurrían simultáneamente, los años eran como un remolino vertiginoso. Como el tiempo en los libros. En los libros, el tiempo transcurre en el curso de una frase, muchos meses y años. Escribe una palabra y adelántate una década. Aquí, a su edad, en aquel mundo sin márgenes, tampoco era tan distinto."

1.- La novela se inicia con un prólogo que narra el mítico partido de beisbol de 1951, que enfrentaba a los Giants con los Dodgers, y donde tuvo lugar el legendario “home run” del bateador Bobby Thomson al base Ralph Branca. Paralelamente ese mismo día los soviéticos iniciaban su primera prueba atómica. DeLillo une ambos hechos con la presencia narrativa de personajes reales, mezclándolos con ficticios. Así aparece Sinatra, Lenny Bruce, o el mísmisimo  Edgar Hoover, el cual, este último, mientras presencia en directo el partido, recibe la noticia de la prueba atómica soviética y acto seguido queda embelesado, contemplando una foto de una revista que reproduce el cuadro de Brueghel “El triunfo de la muerte”. Son unas cincuenta páginas prodigiosas, absorbentes, me atrevería a decir geniales. Tras semejante inicio, empieza la novela. El primer clavo temático ya está remachado: Las armas nucleares marcaron la vida cultural estadounidense durante toda la segunda mitad del siglo XX. Iniciamos la era atómica.

2.- Los verdaderos protagonistas de la obra son los hermanos Shay (Nick y Matt). Ambos, del barrio neoyorquino del Bronx,  se enfrentan a la vida, a principios de los años 50 del siglo pasado, bajo un mismo trauma personal: el abandono familiar del padre, el cual desaparece sin dejar rastro cuando eran muy niños.
La busca de una figura paterna marca la vida de los dos.  El pequeño Matt lo halla en Albert Bronzini, maestro de escuela y profesor de ajedrez. Matt apunta a genio del ajedrez. Por el contrario Nick Shay (probablemente el personaje más importante de toda la novela) se convierte en delincuente juvenil, hasta la comisión de un acto que marcará su vida y “casualmente” llevado a cabo el mismo día del partido entre los Giants y los Dodgers.
Por otro lado, Bronzini, a mediados de los 50, tiene por esposa a Klara Sax, madre y ama de casa, insatisfecha, que mucho tiempo más tarde, entrados ya los años 90, divorciada  de Albert, emergerá como una figura pública dentro del arte underground.
El punto de fuga, el hecho que hace que todo explote hacia todas partes, no será desvelado por DeLillo hasta casi llegar al final de la novela.

3.-  DeLillo, como autor posmoderno y transgresor de la narrativa realista o convencional, no sigue su relato de modo lineal. Cada nuevo capítulo supone un abrupto salto de tiempo y espacio,  avanza y retrocede la historia y la trama hasta límites inexpresables. La sucesión narrativa pega grandes saltos invertidos, de adelante hacia atrás. Como bien apuntó en su día el excelente crítico y escritor español José María Guelbenzu, en su prólogo a la edición para Círculo de Lectores de 2003, “ “Submundo” es una suerte de escritura-collage que parece dispersar en todas direcciones la lógica externa de la cronología, y se estructura con todo rigor en la lógica interna de los pensamientos, recuerdos y sensaciones de sus personajes, establece las conexiones entre ellos por medio de saltos atrás que se mezclan con el presente hasta juntar cuarenta años de vida. De tal forma, que sorprendentemente el presente se va esclareciendo poco a poco según él mismo desvela como lo constituye el pasado; entonces es cuando cobra sentido la estructura. Esto obliga al lector a partir de personajes ya hechos, que nunca van a ser más de lo que son, pero que han de ser tan conscientes desde el principio para soportar el camino hacia atrás”.
“Submundo” surca y trasciende el tiempo (la segunda mitad del siglo XX) y el espacio (Harlem, Phoenix, Vietnam, Kazajstán, Texas, el Bronx) pero su verdadero “loci”, su verdadero lugar narrativo DeLilliano son lo que Amis describe como “los espacios en blanco del mapa”. Desiertos apocalípticos, océanos desérticos, aeropuertos semiolvidados, ciudades fantasma, comarcas desoladas por las pruebas atómicas, casi diría que el “loci” de “Submundo” es el no-lugar, el no-espacio, por la carencia de vida y alma. 

4.-  ¿Por qué el título de  “Submundo”?
El tema de las armas atómicas se le une el de la gestión de residuos tóxicos.
Nick Shay, una vez estabilizado como hombre, esposo y ciudadano, se especializará en la eliminación de lo que eufemísticamente se denomina “la mierda del mundo”. En este sentido “Submundo” es un alto tratado sociológico y moral sobre los desechos y residuos tóxicos que el capitalismo excreta y hiede. Buena parte de la novela rezuma un chiste, entre Nick y su superior de la empresa donde trabaja, relativo a un barco inmenso, con la capacidad de un petrolero, que surca los mares del planeta sin destino fijo, y sin que ningún puerto quiera acogerlo, debido a que en su interior moran residuos tóxicos y atómicos.

5.- Y final. El epílogo de la novela es probablemente lo mejor que ha escrito DeLillo en toda su carrera como escritor. Lleva por título “Das Kapital” y aborda dos “loci” distintos: las comarcas de Kazajstán asoladas por la radiación atómica y la ulterior monstruosidad de los cuerpos humanos expuestos a tal radiación;  y el mito urbano del Bronx del Ángel Esmeralda (relato éste que sería recuperado por el autor en un posterior volumen de relatos cortos). Es un final apocalíptico, ubicado en la antigua Unión Soviética y en Estados Unidos, que forman las dos caras de una misma moneda, la de un submundo ya irreparable.

Estamos, en fin, ante una obra maestra absoluta. Pocas obras literarias pueden llegar tan lejos como ésta. En palabras del antes citado José María Guelbenzu, “gracias a libros como éste el faro de la literatura sigue luciendo en tiempos de oscuridad e indecisión.”

sábado, 14 de mayo de 2016

Diario de lectura del Ulysses de James Joyce.


5-febrero-2016

Hace unos días pensé que la mejor forma de prepararme para el Ulises de Joyce, debía ser la lectura de “Retrato de una artista adolescente” del mismo autor, habida cuenta de que esta obra representa una especie de preámbulo preparatorio para enfrentarse a semejante empresa. Cubiertas ya doscientas páginas del “Retrato…” me he dado cuenta que me encuentro ante una verdadera obra maestra, excelsa, y alimentada por todo el universo Joyceano que va desde Dubliners, con Stephen Dédalus como portador, hasta llegar a las puertas de Leopold Bloom. 

Feliz de este hallazgo, sigo leyendo con la alegría de alguien que ha descubierto un nuevo continente.



11-febrero-2016

En esa bella novela de aprendizaje de James Joyce, “Retrato del artista adolescente”, Stephen Dédalus conversa en un internado en el que ha sido confinado por su familia, con uno de sus profesores. El maestro es jesuita e inglés de pura cepa. La "inglesidad" que acarrea éste (la pureza de su idioma) hace que por primera vez Dédalus perciba aquello que le separa de la lengua inglesa.
Esto es, en suma, lo que expresa el alter-ego de James Joyce:
“El lenguaje en que estamos hablando ha sido suyo antes que mío. ¡Qué diferentes resultan las palabras “hogar”, “Cristo”, “cerveza”, “maestro”, en mis labios y en los suyos! Yo no puedo pronunciar o escribir esas palabras sin sentir una sensación de desasosiego. Su idioma, tan familiar y extraño, será siempre para mí un lenguaje adquirido. Yo no he creado esas palabras, ni las he puesto en uso. Mi voz se revuelve para defenderse de ellas. Mi alma se angustia entre las tinieblas del idioma de este hombre.” (James Joyce. Retrato de una artista adolescente. (A Portrait of the artist as a young man, 1916)).


23-marzo-2016


Para cada capítulo que emprendo del Ulises de Joyce no rehúso leer un pequeño esquema del mismo, que tanto Valverde como García Tortosa escribieron en sus esforzadas traducciones. Renuncio, intencionadamente, a la aproximación al clásico homérico, entre otras cosas porque no quiero apartarme del texto que estoy leyendo. Sigo escrupulosamente el consejo de mi traductor (el que yo he elegido por mi admiración a su persona) José María Valverde. Leo el ULISES, apoyándome a la traducción de Valverde, como un largo y monumental texto poético, cuyo flujo narrativo nunca detengo aunque pueda perderme o incomprender algún pasaje. No me importa perderme, la palabra, la prosa cuando deviene sublime todo lo puede. La lectura, ésta en concreto, supone para mí un viático, una plegaria, un canto en mi interior del miedo a la soledad y a la muerte. Lamento no poder leer el original inglés.



25-febrero-2016


Ya he alcanzado el cuarto capítulo del Ulises de Joyce. Leopold Bloom hace su primera aparición. 

Hasta aquí sólo ha habido un capítulo, el tercero, que me ha resultado absolutamente ininteligible, incompresible en cada frase. Me he tenido que leer varias veces los esquemas y apuntes de Valverde y García Tortosa para llegar únicamente a vislumbrar el hilo narrativo. Nada más. El flujo de conciencia continuo, mezclando ideas, pensamientos, onomatopeyas e incluso delirios, que aplica Joyce puede desconcertar. Los esquemas de sus traductores son vitales para no perderse. Es extraño, porque si el tercer capítulo es opaco hasta la exageración, el cuarto –donde aparece Bloom dos horas antes del primer, segundo y tercer capítulo- me ha resultado accesible y encantador. Sigo con el Ulises. ¿Quién dijo miedo?


28-febrero-2016


Los resúmenes y esquemas de los estudiosos del Ulises de Joyce me ayudan muchísimo. ¡Qué haría yo sin ellos! Sigo leyendo esta obra con constantes crisis de inteligibilidad. A veces arrancaría las hojas y las lanzaría por la ventana; y otras me parece estar leyendo algo único y sagrado. Probablemente aquello que nos ha costado un mayor esfuerzo lo recordaremos con más alegría, pasado el tiempo. Me encierro tardes enteras de domingo con ese ánimo. Lo más importante: no cesa en mi la ilusión por la belleza de la literatura. Eso me activa y me da fuerzas para vivir.



3-marzo-2016


Ya he cubierto ocho capítulos del Ulises de Joyce. A raíz del octavo, donde el flujo de conciencia resulta, a ratos, inasumible por su potencia, he optado por no desviar la mirada al resumen del traductor, sino más al contrario, forzar la lectura hacia territorios fonéticos, sensoriales y respiratorios. Se trata en todo caso de comprender lo imprescindible y asumir aquello que pueda cortocircuitar la lógica cartesiana del relato. Al perder el hilo narrativo te sientes desamparado, y piensas muchas veces en desistir. Pero al mismo tiempo estoy experimentado algo nuevo para mí: la lectura sincopada, abrupta en ocasiones, sin nexos causales, con pocos asideros donde apoyarme. En este punto estoy muy cerca de la poesía, de la prosa poética llevada al extremo, a la más desaforada radicalidad. Joyce transita de lo escatológico a lo sublime sin apenas solución de continuidad, nos administra, poco a poco, un torbellino muy crudo, salvaje, terrible, y acto seguido aparece la más bella frase jamás escrita, como si la belleza naciera de las heces fertilizadas. Eso es de momento el Ulises de Joyce para mí.



6-marzo-2016


La lectura del noveno capítulo del Ulises Joyceano exige prácticamente ser Doctor en Literatura inglesa del teatro isabelino, y concretamente ostentar un dominio absoluto de toda la obra de William Shakespeare. No sólo el Hamlet sino todo, absolutamente todo lo que este escritor pensó y parió. Y a pesar de ello, o a causa de ello, lo he leído de un tirón, sin miedo y debo decir que ha sido brutal. Una gran experiencia. Sin miedo a mi propia ignorancia, estoy disfrutando como un animal. Como he dicho otras veces, el Ulises de Joyce es un inmenso poema, atroz y salvaje.




8-marzo-2016


Borges afirma que Joyce, en su Ulysses, acudió a la estructura de la Odisea de Homero como una forma de consolación, como un medio para no desanimarse ante semejante tarea, y, por encima de todo, como una broma privada para mofarse de las siguientes generaciones, las cuales se tomarían muy en serio la influencia clásica. Joyce era plenamente consciente que, durante la travesía de la escritura de su manuscrito, asomarían días de crisis creativa, de desánimo e incertidumbre ante una empresa tan arriesgada, y el haber trazado el itinerario del Odiseo moderno siguiendo el del clásico le confería seguridad en sí mismo para concluir su ingente labor.
Borges afirma también que Joyce necesitaba un armazón lo suficientemente prestigioso como para guarecerse en él, al tiempo que, en su interior, perpetraba el climaterio de la novela decimonónica, dinamitando el contrato social que antaño firmara la burguesía y el novelista, según el cual la primera consumía pacífica e inteligiblemente la obra del segundo, sin traumas y sin opacidad alguna.
La inmensa paradoja del Ulysses de James Joyce descansa en que la obra parte de un referente clásico, extremadamente clásico, para acabar convertida en una quintaesenciada y acrisolada novela posmoderna.



14-03-2016


Ayer cubrí la lectura del capítulo 12 del Ulises de Joyce (ya he rebasado el ecuador de la obra magna). Este capítulo aborda al cíclope homérico, representado en el lóbrego interior (cueva) de un pub, donde habita la figura de “El Ciudadano” (“el paisano” en la traducción de García Tortosa). En el pub se halla un grupo de indiviudos malhablados. Leopold Bloom (odiseo moderno) entra a tomar una pinta. Entre los parroquianos encontramos a uno muy peculiar. El Ciudadano (cíclope moderno dublinés) es la quintaesencia del nacionalista o independentista irlandés: es un ser incapaz de ver los dos lados de la realidad -de ahí su mirada unívoca-, xenófobo, racista, antisemita y –siendo irlandés parecía inevitable- dipsómano. Llegado a este punto, todo el capítulo deviene un puro delirio de tintes gaélicos. Las rocas, los árboles, los hombres, las mujeres, los edificios, el mar…., todo, absolutamente todo en Irlanda es ciclópeo, hipertrofiado, inmenso; y El Ciudadano vomita odio por todos sus poros, cíclope terrible. Y hete aquí que Joyce coloca la figura de Bloom (judío, cosmopolita y continental) como el saco de todos los palos. Si Marcel Proust había creado a Charles Swann como el burgués judío, cornudo y cosmopolita, James Joyce de forma especular y paralela, nos regala a Leopold Bloom, judío también, cornudo también. Esos vasos comunicantes uno los descubre tras leer a dos genios tan sublimes como Proust y Joyce. Sigo luchando con el Ulises. Mi combate ya es, puedo decirlo, HOMÉRICO.



20-03-2016


Sigo con el Ulises de Joyce. Las traducciones escogidas parecen, poco a poco, abrazarse, unas a otras, a una sola idea: el Ulises de Joyce se cierne como intraducible, inefable, inaprensible e impenetrable, y sólo se nos ofrece una pálida sombra de lo que realmente puede llegar a ser. Y me refugio, me hospedo en esa sombra. 

Si al iniciar este arduo viaje me alimentaba la ilusión del poder de la prosa, en estos momentos sólo me mueve alcanzar una suerte de vestigio, de recuerdo, por el que pueda en el futuro hallar en mi, en mi persona, todo aquello que haya podido impregnar mi lectura de Bloom y de Dédalus, todo aquello, poco o poquísimo, que de emoción y verdad haya podido descubrir en mí, reflejado en el espejo semita y jesuítico de Irlanda.


30-03-2016


He necesitado de tres largas sesiones-sentadas, casi toda la semana santa –tal es la lentitud de mi lectura- para leer el capítulo quince del Ulises de Joyce. El episodio lleva el título homérico de “CIRCE” y todo él viene estructurado y ceñido por diálogos teatrales, abismalmente alucinados, delirantes, cercanos a lo que José María Valverde asemeja al universo desvariado del “Otto e mezzo” de Federico Fellini. 

El Odiseo dublinés, Bloom, en su largo peregrinaje al fin de la noche, hasta llegar al lecho de Molly Bloom, arriba al burdel de la Bella Cohen (nombre que no puedo evitar asociar fonéticamente al título de “Bella del Señor” de Albert Cohen). Bloom ha recorrido ya un universo antropológicamente urbano: carruajes, cementerios, bares, bibliotecas, iglesias, tanatorios… y una vez dentro de la influencia prostibularia, reconoce entre los lascivos “feligreses” al joven Stephen Dédalus, el cual, borracho y aturdido, está a punto de ser linchado por dos soldados ingleses. En un ambiente tan poco dado a la ternura filial, Bloom reconoce a Dédalus como a un posible hijo-telémaco, intercede por él a fin de evitarle una paliza y de que se gaste en vano su dinero. El tono de todo este tramo es grotesco, burlesco, a menudo, y casi como siempre en todo el Ulises, incomprensible y escatológico hasta la extenuación: a Dédalus se le aparece la madre muerta, en estado de descomposición, riñéndole y acusándole de gandul y hereje. Bloom acaba travestido por las prostitutas y se le aparece la figura del hijo muerto en la infancia. Nuevamente el juego especular entre Ulises y Telémaco (Bloom-Dédalus) alcanza aquí el “reconocimiento” homérico entre padre e hijo.


3-abril-2016


Maravillado ante mi lectura del capítulo 16 del Ulises de Joyce. "Eumeo", lleva por título, homérico. 

Bloom y Dédalus se guarecen en el interior de un refugio para cocheros. Allí aparecen personajes del submundo dublinés: un navegante tatuado se erige en símbolo de la Irlanda de ultramar, emigrada y perdida. Bloom intenta hallar en Dédalus una suerte de afecto paterno-filial, y su vida aparece nuevamente especulada por la figura de Parnell (político irlandés nacionalista, caído en desgracia y muerto). Asoma entonces la sombra de la infidelidad entre maridos y mujeres, temiendo que Dédalus acabe sus día de juventud en la alcoba de una madura matrona. Aquí, a diferencia de casi todo el Ulises, Joyce aplica un estilo muy bello, inteligible y profundo. Probablemente es el capítulo más diáfano y accesible de toda la obra, demostrando a la postre, que él fue un narrador excelso y sobrenatural. Un gozo absoluto haber leído este capítulo. Ya estoy a punto de plantarme ante el celebérrimo monólogo de Molly Bloom. No veo el momento de llegar a él.


6-abril-2016


A la luz de un poderoso(a) narrador(a) o escritor(a) todo palidece, se empequeñece. Cuando leemos un texto literario que nos resulta insoslayable todo adquiere un nuevo sentido. Casi me atrevería a afirmar que cuando leemos algo extraordinario percibimos interiormente que hemos llegado a un conocimiento tal del ser humano, de la vida, que todo lo demás resulta mera contingencia sin apenas valor. Creo que nada puede equipararse al descubrimiento de la verdad literaria. Es como si allí donde antes solo hubiera sombra y oscuridad, se alzara una luz incandescente, como aquella llama que dicen que nunca descansa, eterna, del cementerio americano de Arlington. Y pienso que en el fondo somos los lectores quienes debemos vigilar que esa llama nunca se extinga.



8-abril-2016


Las formas en las que unos libros te llevan a otros siempre transitan por caminos imprevisibles. Hace unos años asistí a una exposición del CCCB dedicada al Trieste de Claudio Magris. Había leído “Verde agua” (Verde acqua) de Marisa Madieri (esposa de Magris). De hecho fui para profundizar más en el mundo de la autora italiana (nacida en Fiume –hoy Rijeka- y que vivió toda su vida en Trieste, donde murió bastante jóven). Como James Joyce vivió en Trieste algunos años, se expusieron los originales manuscritos de la correspondencia entre el autor irlandés y su amante Nora Barnacle. Eran cartas muy subidas de tono, obscenas y escatológicas. De esa correspondencia también descubrí la amistad de Joyce con Italo Svevo, también triestino. Joyce, para redondear su salario, hizo de profesor de inglés de Svevo. A la sazón que Svevo y Joyce fueron coetáneos o contemporáneos de otro importante escritor triestino, también presente en aquella exposición: Giani Stuparich.
De aquel luminoso día, para mí inolvidable, “Verde agua” de la Madieri me enlazó, en conmovedores parpadeos, a un sinfín de cartas, fotografías y objetos, bajo el influjo de “El Danubio” de Magris, el “Ulises” de Joyce (escrita en Trieste), “La conciencia de Zeno” de Svevo y “La isla” de Stuparich. Ya había leído algunos de estas obras, otras no. A día de hoy puedo afirmar que las he recorrido todas y puede que, con ello, haya alcanzado un estado de alegría y felicidad difícilmente imaginable antes de visitar aquella exposición.



10-abril-2016


Acabo de finalizar la lectura del “Ulises” de James Joyce. He necesitado, a razón de una hora diaria de lectura, 40 dias, prácticamente un mes y medio, así como tres esquemas o resúmenes de sus traductores al castellano, para poder atisbar, aunque haya sido de forma precaria, el verdadero alcance de esta obra. Debo decir que he sufrido grandes parones o atascos de lectura, por no citar las dificultades de comprensión de no pocos pasajes. Probablemente la fe, mi fe, en la literatura, haya sorteado tantos impedimentos. Joyce escribió una novela vasta, compleja y laberíntica, “homérica” siguiendo el juego del odiseo dublinés. El monólogo final de Molly Bloom –coda feroz donde las haya- la he tenido que leer casi a golpes de voluntad, tratando de no perder el ritmo de un texto demoníaco, donde lo trágico, lo sexual y lo despiadado, ascienden hasta lograr un fogonazo de terrible arte literario. Sin duda, un lectura que dejará herida en mi memoria. Una obra maestra siempre inalcanzable, perpetua oda a la prosa indomable.