lunes, 24 de octubre de 2011

Stoner (1965). Autor: John Williams. (Fragmentos)


John Williams
Stoner (1965)
Ediciones de Baile del sol.
Traducción de Antonio Díez Fernández

“Edith Elaine Bostwick era la típica chica de su época y circunstancias. Había sido educada bajo la premisa de ser protegida de los graves incidentes que la vida pudiera poner en su camino y bajo la de que no tenía otra tarea que la de ser elegante y cómplice consumada de esa protección, dado que pertenecía a una clase social y económica para la que la protección era una obligación sagrada. Fue a colegios privados para chicas en los que aprendió a leer, escribir y aritmética simple. En su tiempo libre se le animaba a bordar, a tocar el piano, a pintar con acuarelas y a debatir sobre algunas de las obras más tiernas de la literatura. Había sido también instruida en asuntos de ropa, carruajes, dicción para damas y moralidad.

Su instrucción moral, tanto en los colegios a los que fue como en casa, eran de naturaleza negativa, de propósito prohibitivo y casi únicamente sexual. De todas formas, la sexualidad era indirecta y no reconocida, por lo tanto cubría cualquier parte de su formación, que recibía la mayor parte de su energía de la fuerza moral regresiva y tácita. Aprendió que tendría tareas para con su marido y familia y que debería cumplirlas.”

(...)

 La enterró junto a su marido. Después de que el funeral hubiera terminado, se quedó solo en el frío viento de noviembre y miró las dos tumbas, una abierta a sus pies y la otra cubierta y poblada por una fina capa de hierba. Se giró hacia el pequeño lugar yermo y sin árboles que acogía a otros como sus padres y miró a través de la tierra plana en dirección a la granja en la que había nacido, en la que sus padres habían pasado los años. Pensó en los costes que precisaba, año tras año, el suelo, que permanecía como había sido – un poco más yermo, tal vez, algo mejorado-. Nada había cambiado. Sus vidas se habían consumido en un trabajo triste, rotas sus voluntades, sus inteligencias aturdidas. Ahora yacían en la tierra a la que habían entregado sus vidas y, lentamente, año tras año, la tierra les acogería. Lentamente la humedad y la descomposición infestarían las cajas de pino que contenían sus cuerpos y, lentamente, tocaría sus carnes y, finalmente, consumiría los últimos vestigios de sus sustancias. Y se convertirían en partes sin importancia de aquella obcecada tierra a la que largo tiempo atrás habían entregado sus vidas.”

(...)

Ambos eran muy tímidos y se fueron conociendo despacio, a tientas, se acercaban y se separaban, se tocaban y se retiraban, sin que ninguno quisiera imponer al otro más que lo que fuera grato.
Día a día las capas de reserva que los protegían cayeron, por lo que al fin eran como muchos que son extraordinariamente tímidos, cada uno abierto al otro, sin protección, perfectamente cómodos y sin conciencia de uno mismo.

(...)

En su tierna juventud, Stoner había pensado en el amor como una manera de estar absoluta a la que, si se era afortunado, podía acceder; en su madurez había decidido que era el cielo de una religión falsa hacia el que se debía mirar con un descreimiento apacible, un desprecio bondadoso y familiar y una nostalgia vergonzante. Ahora, en su mediana edad, empezaba a saber que ni era un estado de gracia ni una ilusión, lo veía como un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada momento a momento y día a día, por la voluntad y la inteligencia del corazón.”