jueves, 2 de junio de 2016

Submundo (Underworld, 1997). Don DeLillo. Reseña.

Don DeLillo
Submundo (Underworld, 1997)
Traducción de Gian Castelli Gair
Editorial Seix-Barral. Barcelona.
Páginas: 902

Aunque lo intentara resultaría casi imposible resumir en pocas líneas el argumento de esta densa y alambicada novela.
En el momento de su publicación, el escritor inglés Martin Amis escribió un elogioso artículo, en octubre de 1997, en el New York Times Review, en el cual afirmaba que “Submundo”  “más que elevarse hacia las alturas, crece en extensión, y es difusa, cosa que no tiene por qué ser una novela larga”. Yo añadiría que por encima de toda consideración, leer esta novela es un reto apasionante, y requiere del lector una implicación absoluta.
La prosa de Don DeLillo es de lectura lenta, ralentizada, que precisa en ocasiones de relecturas todavía más lentas. DeLillo, tras la imagen de autor “tecnológico” y posmoderno es por encima de todo un poeta en prosa. Y esta opinión no es compartida por casi nadie. Yo la sostengo tras la lectura de gran parte de su obra.
El estilo del autor contiene tres elementos distintos, basados en el rigor: rigor en el material tratado, rigor en la estructura sintáctica, rigor en la destilación poética.

La frase DeLilliana, empieza expresando todo tipo de datos y hechos, más tarde bascula entre lo terrorífico y lo inopinadamente enfermizo, para finalizar con un broche de melancolía poética. Es algo así como una transfiguración del mundo moderno y contemporáneo en pequeños mantos de belleza narrativa.
De ahí que sea un escritor de párrafos y frases perfectas, casi inhumanas por su alto poder expresivo. Valgan como ejemplo dos fragmentos de “Submundo” que pueden mostrar la belleza de la prosa del autor:


"Conducía un Lexus a través del susurro del viento. Se trata de un automóvil montado en una zona completamente desprovista de presencia humana. Ni una gota de sudor mortal, con la excepción, de acuerdo, de los tipos que lo conducen al exterior de la planta: quizá una pequeña humedad allí donde sus manos han tocado el volante. El sistema fluye eternamente hacia delante, automatizado hasta matices sacerdotales, cada movimiento deslizante obedece a una referencia, para obtener un comportamiento perfecto. Carcasas huecas que avanzan formando una secuencia interminable. Una cola en la que ninguno de sus miembros se encuentra nervioso a consecuencia de la cafeína ni posee historiales clínicos de depresión. Tan sólo el mágico entramado de aleaciones de cromo transportadas en arcos entrelazados, bloques de hierro y lona asfáltica, altivos ornamentos de carrocería acoplados y fundidos. Robots que aprietan tuercas, currantes programados que no sueñan con los muertos familiares."



"Al internarse en una calle situada tras el instituto se sorprendió de ver que estaba cortada al tráfico. Era una calle destinada a juegos, el pavimento marcado con entramados pintados, con las casillas numeradas del tejo y la rayuela, con las bases para el "slapball". A Albert le encantó. Había pensado que la antigua costumbre de cerrar calles para que jugarán los críos había desaparecido hacía tiempo, décadas atrás, como la reliquia mental de una vida aún no completamente dominada por los automóviles y los camiones. Se detuvo y contempló el juego de los niños, sosteniendo su bastón en posición horizontal frente a la cintura como si se tratara de la barandilla de un estadio. Niños pequeños, delgados y veloces, con cadencias jamaicanas en algunas de sus voces y una niña de piel manchada que acaso sería malaya o del sur de la India, había que adivinarlo, saltando por las casillas de la rayuela con calculada habilidad, girando en el aíre con tal economía de movimientos que apenas se despeinaba: una piel broncínea que se tornaba alternativamente más clara y oscura, con matices oliváceos bajo los ojos. Deseó detenerla en mitad de un salto, detener todo durante medio segundo, relojes atómicos, relojes corporales, el micromundo en el que los físicos buscan el tiempo... y luego reproducirlo marcha atrás, desaltar a la muchacha, rebobinar la vida, proporcionarnos a todos la ocasión de recomenzar. Recordó la palabra para recomenzar, una palabra que los críos suelen gritar.(...)
Las estaciones transcurrían simultáneamente, los años eran como un remolino vertiginoso. Como el tiempo en los libros. En los libros, el tiempo transcurre en el curso de una frase, muchos meses y años. Escribe una palabra y adelántate una década. Aquí, a su edad, en aquel mundo sin márgenes, tampoco era tan distinto."

1.- La novela se inicia con un prólogo que narra el mítico partido de beisbol de 1951, que enfrentaba a los Giants con los Dodgers, y donde tuvo lugar el legendario “home run” del bateador Bobby Thomson al base Ralph Branca. Paralelamente ese mismo día los soviéticos iniciaban su primera prueba atómica. DeLillo une ambos hechos con la presencia narrativa de personajes reales, mezclándolos con ficticios. Así aparece Sinatra, Lenny Bruce, o el mísmisimo  Edgar Hoover, el cual, este último, mientras presencia en directo el partido, recibe la noticia de la prueba atómica soviética y acto seguido queda embelesado, contemplando una foto de una revista que reproduce el cuadro de Brueghel “El triunfo de la muerte”. Son unas cincuenta páginas prodigiosas, absorbentes, me atrevería a decir geniales. Tras semejante inicio, empieza la novela. El primer clavo temático ya está remachado: Las armas nucleares marcaron la vida cultural estadounidense durante toda la segunda mitad del siglo XX. Iniciamos la era atómica.

2.- Los verdaderos protagonistas de la obra son los hermanos Shay (Nick y Matt). Ambos, del barrio neoyorquino del Bronx,  se enfrentan a la vida, a principios de los años 50 del siglo pasado, bajo un mismo trauma personal: el abandono familiar del padre, el cual desaparece sin dejar rastro cuando eran muy niños.
La busca de una figura paterna marca la vida de los dos.  El pequeño Matt lo halla en Albert Bronzini, maestro de escuela y profesor de ajedrez. Matt apunta a genio del ajedrez. Por el contrario Nick Shay (probablemente el personaje más importante de toda la novela) se convierte en delincuente juvenil, hasta la comisión de un acto que marcará su vida y “casualmente” llevado a cabo el mismo día del partido entre los Giants y los Dodgers.
Por otro lado, Bronzini, a mediados de los 50, tiene por esposa a Klara Sax, madre y ama de casa, insatisfecha, que mucho tiempo más tarde, entrados ya los años 90, divorciada  de Albert, emergerá como una figura pública dentro del arte underground.
El punto de fuga, el hecho que hace que todo explote hacia todas partes, no será desvelado por DeLillo hasta casi llegar al final de la novela.

3.-  DeLillo, como autor posmoderno y transgresor de la narrativa realista o convencional, no sigue su relato de modo lineal. Cada nuevo capítulo supone un abrupto salto de tiempo y espacio,  avanza y retrocede la historia y la trama hasta límites inexpresables. La sucesión narrativa pega grandes saltos invertidos, de adelante hacia atrás. Como bien apuntó en su día el excelente crítico y escritor español José María Guelbenzu, en su prólogo a la edición para Círculo de Lectores de 2003, “ “Submundo” es una suerte de escritura-collage que parece dispersar en todas direcciones la lógica externa de la cronología, y se estructura con todo rigor en la lógica interna de los pensamientos, recuerdos y sensaciones de sus personajes, establece las conexiones entre ellos por medio de saltos atrás que se mezclan con el presente hasta juntar cuarenta años de vida. De tal forma, que sorprendentemente el presente se va esclareciendo poco a poco según él mismo desvela como lo constituye el pasado; entonces es cuando cobra sentido la estructura. Esto obliga al lector a partir de personajes ya hechos, que nunca van a ser más de lo que son, pero que han de ser tan conscientes desde el principio para soportar el camino hacia atrás”.
“Submundo” surca y trasciende el tiempo (la segunda mitad del siglo XX) y el espacio (Harlem, Phoenix, Vietnam, Kazajstán, Texas, el Bronx) pero su verdadero “loci”, su verdadero lugar narrativo DeLilliano son lo que Amis describe como “los espacios en blanco del mapa”. Desiertos apocalípticos, océanos desérticos, aeropuertos semiolvidados, ciudades fantasma, comarcas desoladas por las pruebas atómicas, casi diría que el “loci” de “Submundo” es el no-lugar, el no-espacio, por la carencia de vida y alma. 

4.-  ¿Por qué el título de  “Submundo”?
El tema de las armas atómicas se le une el de la gestión de residuos tóxicos.
Nick Shay, una vez estabilizado como hombre, esposo y ciudadano, se especializará en la eliminación de lo que eufemísticamente se denomina “la mierda del mundo”. En este sentido “Submundo” es un alto tratado sociológico y moral sobre los desechos y residuos tóxicos que el capitalismo excreta y hiede. Buena parte de la novela rezuma un chiste, entre Nick y su superior de la empresa donde trabaja, relativo a un barco inmenso, con la capacidad de un petrolero, que surca los mares del planeta sin destino fijo, y sin que ningún puerto quiera acogerlo, debido a que en su interior moran residuos tóxicos y atómicos.

5.- Y final. El epílogo de la novela es probablemente lo mejor que ha escrito DeLillo en toda su carrera como escritor. Lleva por título “Das Kapital” y aborda dos “loci” distintos: las comarcas de Kazajstán asoladas por la radiación atómica y la ulterior monstruosidad de los cuerpos humanos expuestos a tal radiación;  y el mito urbano del Bronx del Ángel Esmeralda (relato éste que sería recuperado por el autor en un posterior volumen de relatos cortos). Es un final apocalíptico, ubicado en la antigua Unión Soviética y en Estados Unidos, que forman las dos caras de una misma moneda, la de un submundo ya irreparable.

Estamos, en fin, ante una obra maestra absoluta. Pocas obras literarias pueden llegar tan lejos como ésta. En palabras del antes citado José María Guelbenzu, “gracias a libros como éste el faro de la literatura sigue luciendo en tiempos de oscuridad e indecisión.”

sábado, 14 de mayo de 2016

Diario de lectura del Ulysses de James Joyce.


5-febrero-2016

Hace unos días pensé que la mejor forma de prepararme para el Ulises de Joyce, debía ser la lectura de “Retrato de una artista adolescente” del mismo autor, habida cuenta de que esta obra representa una especie de preámbulo preparatorio para enfrentarse a semejante empresa. Cubiertas ya doscientas páginas del “Retrato…” me he dado cuenta que me encuentro ante una verdadera obra maestra, excelsa, y alimentada por todo el universo Joyceano que va desde Dubliners, con Stephen Dédalus como portador, hasta llegar a las puertas de Leopold Bloom. 

Feliz de este hallazgo, sigo leyendo con la alegría de alguien que ha descubierto un nuevo continente.



11-febrero-2016

En esa bella novela de aprendizaje de James Joyce, “Retrato del artista adolescente”, Stephen Dédalus conversa en un internado en el que ha sido confinado por su familia, con uno de sus profesores. El maestro es jesuita e inglés de pura cepa. La "inglesidad" que acarrea éste (la pureza de su idioma) hace que por primera vez Dédalus perciba aquello que le separa de la lengua inglesa.
Esto es, en suma, lo que expresa el alter-ego de James Joyce:
“El lenguaje en que estamos hablando ha sido suyo antes que mío. ¡Qué diferentes resultan las palabras “hogar”, “Cristo”, “cerveza”, “maestro”, en mis labios y en los suyos! Yo no puedo pronunciar o escribir esas palabras sin sentir una sensación de desasosiego. Su idioma, tan familiar y extraño, será siempre para mí un lenguaje adquirido. Yo no he creado esas palabras, ni las he puesto en uso. Mi voz se revuelve para defenderse de ellas. Mi alma se angustia entre las tinieblas del idioma de este hombre.” (James Joyce. Retrato de una artista adolescente. (A Portrait of the artist as a young man, 1916)).


23-marzo-2016


Para cada capítulo que emprendo del Ulises de Joyce no rehúso leer un pequeño esquema del mismo, que tanto Valverde como García Tortosa escribieron en sus esforzadas traducciones. Renuncio, intencionadamente, a la aproximación al clásico homérico, entre otras cosas porque no quiero apartarme del texto que estoy leyendo. Sigo escrupulosamente el consejo de mi traductor (el que yo he elegido por mi admiración a su persona) José María Valverde. Leo el ULISES, apoyándome a la traducción de Valverde, como un largo y monumental texto poético, cuyo flujo narrativo nunca detengo aunque pueda perderme o incomprender algún pasaje. No me importa perderme, la palabra, la prosa cuando deviene sublime todo lo puede. La lectura, ésta en concreto, supone para mí un viático, una plegaria, un canto en mi interior del miedo a la soledad y a la muerte. Lamento no poder leer el original inglés.



25-febrero-2016


Ya he alcanzado el cuarto capítulo del Ulises de Joyce. Leopold Bloom hace su primera aparición. 

Hasta aquí sólo ha habido un capítulo, el tercero, que me ha resultado absolutamente ininteligible, incompresible en cada frase. Me he tenido que leer varias veces los esquemas y apuntes de Valverde y García Tortosa para llegar únicamente a vislumbrar el hilo narrativo. Nada más. El flujo de conciencia continuo, mezclando ideas, pensamientos, onomatopeyas e incluso delirios, que aplica Joyce puede desconcertar. Los esquemas de sus traductores son vitales para no perderse. Es extraño, porque si el tercer capítulo es opaco hasta la exageración, el cuarto –donde aparece Bloom dos horas antes del primer, segundo y tercer capítulo- me ha resultado accesible y encantador. Sigo con el Ulises. ¿Quién dijo miedo?


28-febrero-2016


Los resúmenes y esquemas de los estudiosos del Ulises de Joyce me ayudan muchísimo. ¡Qué haría yo sin ellos! Sigo leyendo esta obra con constantes crisis de inteligibilidad. A veces arrancaría las hojas y las lanzaría por la ventana; y otras me parece estar leyendo algo único y sagrado. Probablemente aquello que nos ha costado un mayor esfuerzo lo recordaremos con más alegría, pasado el tiempo. Me encierro tardes enteras de domingo con ese ánimo. Lo más importante: no cesa en mi la ilusión por la belleza de la literatura. Eso me activa y me da fuerzas para vivir.



3-marzo-2016


Ya he cubierto ocho capítulos del Ulises de Joyce. A raíz del octavo, donde el flujo de conciencia resulta, a ratos, inasumible por su potencia, he optado por no desviar la mirada al resumen del traductor, sino más al contrario, forzar la lectura hacia territorios fonéticos, sensoriales y respiratorios. Se trata en todo caso de comprender lo imprescindible y asumir aquello que pueda cortocircuitar la lógica cartesiana del relato. Al perder el hilo narrativo te sientes desamparado, y piensas muchas veces en desistir. Pero al mismo tiempo estoy experimentado algo nuevo para mí: la lectura sincopada, abrupta en ocasiones, sin nexos causales, con pocos asideros donde apoyarme. En este punto estoy muy cerca de la poesía, de la prosa poética llevada al extremo, a la más desaforada radicalidad. Joyce transita de lo escatológico a lo sublime sin apenas solución de continuidad, nos administra, poco a poco, un torbellino muy crudo, salvaje, terrible, y acto seguido aparece la más bella frase jamás escrita, como si la belleza naciera de las heces fertilizadas. Eso es de momento el Ulises de Joyce para mí.



6-marzo-2016


La lectura del noveno capítulo del Ulises Joyceano exige prácticamente ser Doctor en Literatura inglesa del teatro isabelino, y concretamente ostentar un dominio absoluto de toda la obra de William Shakespeare. No sólo el Hamlet sino todo, absolutamente todo lo que este escritor pensó y parió. Y a pesar de ello, o a causa de ello, lo he leído de un tirón, sin miedo y debo decir que ha sido brutal. Una gran experiencia. Sin miedo a mi propia ignorancia, estoy disfrutando como un animal. Como he dicho otras veces, el Ulises de Joyce es un inmenso poema, atroz y salvaje.




8-marzo-2016


Borges afirma que Joyce, en su Ulysses, acudió a la estructura de la Odisea de Homero como una forma de consolación, como un medio para no desanimarse ante semejante tarea, y, por encima de todo, como una broma privada para mofarse de las siguientes generaciones, las cuales se tomarían muy en serio la influencia clásica. Joyce era plenamente consciente que, durante la travesía de la escritura de su manuscrito, asomarían días de crisis creativa, de desánimo e incertidumbre ante una empresa tan arriesgada, y el haber trazado el itinerario del Odiseo moderno siguiendo el del clásico le confería seguridad en sí mismo para concluir su ingente labor.
Borges afirma también que Joyce necesitaba un armazón lo suficientemente prestigioso como para guarecerse en él, al tiempo que, en su interior, perpetraba el climaterio de la novela decimonónica, dinamitando el contrato social que antaño firmara la burguesía y el novelista, según el cual la primera consumía pacífica e inteligiblemente la obra del segundo, sin traumas y sin opacidad alguna.
La inmensa paradoja del Ulysses de James Joyce descansa en que la obra parte de un referente clásico, extremadamente clásico, para acabar convertida en una quintaesenciada y acrisolada novela posmoderna.



14-03-2016


Ayer cubrí la lectura del capítulo 12 del Ulises de Joyce (ya he rebasado el ecuador de la obra magna). Este capítulo aborda al cíclope homérico, representado en el lóbrego interior (cueva) de un pub, donde habita la figura de “El Ciudadano” (“el paisano” en la traducción de García Tortosa). En el pub se halla un grupo de indiviudos malhablados. Leopold Bloom (odiseo moderno) entra a tomar una pinta. Entre los parroquianos encontramos a uno muy peculiar. El Ciudadano (cíclope moderno dublinés) es la quintaesencia del nacionalista o independentista irlandés: es un ser incapaz de ver los dos lados de la realidad -de ahí su mirada unívoca-, xenófobo, racista, antisemita y –siendo irlandés parecía inevitable- dipsómano. Llegado a este punto, todo el capítulo deviene un puro delirio de tintes gaélicos. Las rocas, los árboles, los hombres, las mujeres, los edificios, el mar…., todo, absolutamente todo en Irlanda es ciclópeo, hipertrofiado, inmenso; y El Ciudadano vomita odio por todos sus poros, cíclope terrible. Y hete aquí que Joyce coloca la figura de Bloom (judío, cosmopolita y continental) como el saco de todos los palos. Si Marcel Proust había creado a Charles Swann como el burgués judío, cornudo y cosmopolita, James Joyce de forma especular y paralela, nos regala a Leopold Bloom, judío también, cornudo también. Esos vasos comunicantes uno los descubre tras leer a dos genios tan sublimes como Proust y Joyce. Sigo luchando con el Ulises. Mi combate ya es, puedo decirlo, HOMÉRICO.



20-03-2016


Sigo con el Ulises de Joyce. Las traducciones escogidas parecen, poco a poco, abrazarse, unas a otras, a una sola idea: el Ulises de Joyce se cierne como intraducible, inefable, inaprensible e impenetrable, y sólo se nos ofrece una pálida sombra de lo que realmente puede llegar a ser. Y me refugio, me hospedo en esa sombra. 

Si al iniciar este arduo viaje me alimentaba la ilusión del poder de la prosa, en estos momentos sólo me mueve alcanzar una suerte de vestigio, de recuerdo, por el que pueda en el futuro hallar en mi, en mi persona, todo aquello que haya podido impregnar mi lectura de Bloom y de Dédalus, todo aquello, poco o poquísimo, que de emoción y verdad haya podido descubrir en mí, reflejado en el espejo semita y jesuítico de Irlanda.


30-03-2016


He necesitado de tres largas sesiones-sentadas, casi toda la semana santa –tal es la lentitud de mi lectura- para leer el capítulo quince del Ulises de Joyce. El episodio lleva el título homérico de “CIRCE” y todo él viene estructurado y ceñido por diálogos teatrales, abismalmente alucinados, delirantes, cercanos a lo que José María Valverde asemeja al universo desvariado del “Otto e mezzo” de Federico Fellini. 

El Odiseo dublinés, Bloom, en su largo peregrinaje al fin de la noche, hasta llegar al lecho de Molly Bloom, arriba al burdel de la Bella Cohen (nombre que no puedo evitar asociar fonéticamente al título de “Bella del Señor” de Albert Cohen). Bloom ha recorrido ya un universo antropológicamente urbano: carruajes, cementerios, bares, bibliotecas, iglesias, tanatorios… y una vez dentro de la influencia prostibularia, reconoce entre los lascivos “feligreses” al joven Stephen Dédalus, el cual, borracho y aturdido, está a punto de ser linchado por dos soldados ingleses. En un ambiente tan poco dado a la ternura filial, Bloom reconoce a Dédalus como a un posible hijo-telémaco, intercede por él a fin de evitarle una paliza y de que se gaste en vano su dinero. El tono de todo este tramo es grotesco, burlesco, a menudo, y casi como siempre en todo el Ulises, incomprensible y escatológico hasta la extenuación: a Dédalus se le aparece la madre muerta, en estado de descomposición, riñéndole y acusándole de gandul y hereje. Bloom acaba travestido por las prostitutas y se le aparece la figura del hijo muerto en la infancia. Nuevamente el juego especular entre Ulises y Telémaco (Bloom-Dédalus) alcanza aquí el “reconocimiento” homérico entre padre e hijo.


3-abril-2016


Maravillado ante mi lectura del capítulo 16 del Ulises de Joyce. "Eumeo", lleva por título, homérico. 

Bloom y Dédalus se guarecen en el interior de un refugio para cocheros. Allí aparecen personajes del submundo dublinés: un navegante tatuado se erige en símbolo de la Irlanda de ultramar, emigrada y perdida. Bloom intenta hallar en Dédalus una suerte de afecto paterno-filial, y su vida aparece nuevamente especulada por la figura de Parnell (político irlandés nacionalista, caído en desgracia y muerto). Asoma entonces la sombra de la infidelidad entre maridos y mujeres, temiendo que Dédalus acabe sus día de juventud en la alcoba de una madura matrona. Aquí, a diferencia de casi todo el Ulises, Joyce aplica un estilo muy bello, inteligible y profundo. Probablemente es el capítulo más diáfano y accesible de toda la obra, demostrando a la postre, que él fue un narrador excelso y sobrenatural. Un gozo absoluto haber leído este capítulo. Ya estoy a punto de plantarme ante el celebérrimo monólogo de Molly Bloom. No veo el momento de llegar a él.


6-abril-2016


A la luz de un poderoso(a) narrador(a) o escritor(a) todo palidece, se empequeñece. Cuando leemos un texto literario que nos resulta insoslayable todo adquiere un nuevo sentido. Casi me atrevería a afirmar que cuando leemos algo extraordinario percibimos interiormente que hemos llegado a un conocimiento tal del ser humano, de la vida, que todo lo demás resulta mera contingencia sin apenas valor. Creo que nada puede equipararse al descubrimiento de la verdad literaria. Es como si allí donde antes solo hubiera sombra y oscuridad, se alzara una luz incandescente, como aquella llama que dicen que nunca descansa, eterna, del cementerio americano de Arlington. Y pienso que en el fondo somos los lectores quienes debemos vigilar que esa llama nunca se extinga.



8-abril-2016


Las formas en las que unos libros te llevan a otros siempre transitan por caminos imprevisibles. Hace unos años asistí a una exposición del CCCB dedicada al Trieste de Claudio Magris. Había leído “Verde agua” (Verde acqua) de Marisa Madieri (esposa de Magris). De hecho fui para profundizar más en el mundo de la autora italiana (nacida en Fiume –hoy Rijeka- y que vivió toda su vida en Trieste, donde murió bastante jóven). Como James Joyce vivió en Trieste algunos años, se expusieron los originales manuscritos de la correspondencia entre el autor irlandés y su amante Nora Barnacle. Eran cartas muy subidas de tono, obscenas y escatológicas. De esa correspondencia también descubrí la amistad de Joyce con Italo Svevo, también triestino. Joyce, para redondear su salario, hizo de profesor de inglés de Svevo. A la sazón que Svevo y Joyce fueron coetáneos o contemporáneos de otro importante escritor triestino, también presente en aquella exposición: Giani Stuparich.
De aquel luminoso día, para mí inolvidable, “Verde agua” de la Madieri me enlazó, en conmovedores parpadeos, a un sinfín de cartas, fotografías y objetos, bajo el influjo de “El Danubio” de Magris, el “Ulises” de Joyce (escrita en Trieste), “La conciencia de Zeno” de Svevo y “La isla” de Stuparich. Ya había leído algunos de estas obras, otras no. A día de hoy puedo afirmar que las he recorrido todas y puede que, con ello, haya alcanzado un estado de alegría y felicidad difícilmente imaginable antes de visitar aquella exposición.



10-abril-2016


Acabo de finalizar la lectura del “Ulises” de James Joyce. He necesitado, a razón de una hora diaria de lectura, 40 dias, prácticamente un mes y medio, así como tres esquemas o resúmenes de sus traductores al castellano, para poder atisbar, aunque haya sido de forma precaria, el verdadero alcance de esta obra. Debo decir que he sufrido grandes parones o atascos de lectura, por no citar las dificultades de comprensión de no pocos pasajes. Probablemente la fe, mi fe, en la literatura, haya sorteado tantos impedimentos. Joyce escribió una novela vasta, compleja y laberíntica, “homérica” siguiendo el juego del odiseo dublinés. El monólogo final de Molly Bloom –coda feroz donde las haya- la he tenido que leer casi a golpes de voluntad, tratando de no perder el ritmo de un texto demoníaco, donde lo trágico, lo sexual y lo despiadado, ascienden hasta lograr un fogonazo de terrible arte literario. Sin duda, un lectura que dejará herida en mi memoria. Una obra maestra siempre inalcanzable, perpetua oda a la prosa indomable.

lunes, 27 de mayo de 2013

Ruido de fondo (White Noise, 1985). Don DeLillo.


Don DeLillo

Ruido de fondo (White Noise, 1985)

Editorial Seix Barral, Barcelona, 2011
Traducción de Gian Castelli


Tengo ante mí la cuarta novela leída, hasta la fecha, de Don DeLillo. Su título resulta extraño. Ruido de fondo. En el original puede traducirse como ruido blanco (white noise). Desconozco si estas dos palabras inglesas tienen el mismo significado que el titulo castellano.

El protagonista, Jack Gladney, es un profesor universitario especializado en la figura histórica de Hitler. Su esposa (su cuarto matrimonio) de nombre Babette, es una psico-pedagoga que se gana la vida dando clases de posicionamiento ergonómico a ancianos y a ciegos. El matrimonio tiene varios hijos, suyos y de otros matrimonios (Heinrich, Wilder, Steffie, Denise, etc. etc.). La familia de marras es más rara que un perro verde.

DeLillo en esta novela parece optar por la comedia, y por el humor negro. La familia vive en un pueblo perdido donde la América DeLilliana parece adquirir toda su profundidad de campo.
Un buen día el pueblo sufre el peligro de una especie de nube tóxica, un desastre medioambiental, en el cual el protagonista, Jack,  parece haberse expuesto, durante dos minutos y medio, a su potencial toxicidad. A partir de entonces el miedo a la muerte invade todo el relato.

Jack tiene un amigo y profesor también del campus universitario, llamado Murray, que filosofa constantemente. De la interacción entre Jack y Murray, DeLillo escribe, probablemente, uno de los mejores pasajes de toda su obra:

“La familia representa la cuna de la desinformación universal. Algo hay en la vida familiar que desencadena la generación de errores factuales. La proximidad excesiva, el ruido y el calor de la existencia. Acaso algo aún más profundo, como la necesidad de supervivencia. Murray afirma que somos criaturas frágiles rodeadas por un mundo de hechos hostiles. Hechos que amenazan nuestra felicidad y nuestra seguridad. Cuanto más profundizamos en la naturaleza de las cosas, más endebles puede parecer que se vuelven nuestras estructuras. El proceso familiar contribuye a nuestro aislamiento del mundo. Los pequeños errores adquieren una dimensión desmesurada, y la irrealidad prolifera. Yo le digo a Murray que la ignorancia y la confusión no pueden de ningún modo ser las fuerzas impulsoras que subyacen a la solidaridad familiar. Qué idea, qué subversión. Él me pregunta por qué las unidades familiares más fuertes se dan en las sociedades menos desarrolladas. La ignorancia es un arma de supervivencia, afirma. La magia y la superstición se atrincheran como la poderosa ortodoxia del clan. La familia es más fuerte allí donde más probable resulta que la realidad objetiva sea malinterpretada. Qué teoría más despiadada, respondo. Pero Murray insiste en que es cierta."


Tras haber leído anteriormente “Americana”. “Libra” y “Los nombres”, esta novela de DeLillo (“Ruido de fondo”) me ha gustado (realmente está muy bien escrita y su traductor al castellano, Gian Castelli, realiza un esfuerzo memorable) pero a pesar de todo esperaba más de ella. Había leído que ésta es, junto “Submundo” su obra maestra, y en mi opinión “Libra” es una novela superior a “Ruido de fondo”.

Con todo, sigo explorando el universo de este gran narrador americano. Su obra me fascina. DeLillo es muy grande.




martes, 12 de marzo de 2013

Los nombres. Don DeLillo.





Don DeLillo

Los nombres (The names, 1982)
Traducción de Gian Castelli Gair
Seix Barral
Barcelona 2011


Se trata de la tercera novela que he leído de este autor. Hace tiempo adquirí casi todo lo que se ha editado en España de DeLillo. La editorial Seix Barral (y antes Circe) han ido, lentamente, publicando toda su obra, salvo alguna de sus novelas primerizas. 

No leo sus novelas por el orden cronológico de su publicación. Empecé con “Americana” (su primera novela que data de 1971), seguí con “Libra” (escrita en 1988) y proseguí con “Los nombres” (publicada en 1982). Entre las tres obras he hallado varios puntos de conexión, que bien podrían ser constantes en la obra de DeLillo, aunque también podría equivocarme, dado mi análisis apresurado. 

1.- La prosa de DeLillo resulta fascinante, tersa, alucinante, profunda, inteligente, mentalmente embriagadora, altamente poética, nutrida de una potencia visual demoledora, al tiempo que la palabra siempre adquiere un  valor curativo y sanador.

2.- DeLillo no concibe el tiempo narrativo como algo lineal. En una misma página acumula, sin apenas notarlo el lector, unidades de tiempo diferentes. El pasado y el presente se funden hasta llegar a confundirlos total y absolutamente.

3.- DeLillo es un narrador profundamente crítico con el modo de vida norteamericano. En  las tres obras citadas eso es una constante.  La América de DeLillo es un lugar lleno de moteles tristes, locales destartalados, habitaciones cerradas y poco ventiladas, familias desestructuradas, hombres promiscuos y mujeres imprevisibles, así como un universo de seres perdidos que vagan por espacios tortuosos. 

4.- Los protagonistas de sus novelas (verdaderos antihéroes) siempre están en transito, viajando. El viaje, para DeLillo, no supone una nueva luz en la vida de sus protagonistas. Al contrario.
En “Americana”, "Libra" y “Los nombres” sus personajes finalizan su recorrido y al lector le queda una extraña sensación de vacío. A menudo acaban más solos de lo que estaban al empezar la historia. 

5.- La conspiración, el miedo al otro, y la paranoia hacia el exterior, son temas muy queridos por este novelista. En las novelas de Don DeLillo la amenaza externa (explícita o implícita) es otro personaje de la narración. La violencia sacudida en el marasmo de una sociedad armada y vigilante parece una constante de su obra. El caso más directo es "Libra", en la que el autor re-crea un personaje histórico: Lee Harvey Oswald, el cual acaba siendo el catalizador de la violencia atmosférica de toda una época. Como bien dijo DeLillo, en una entrevista reciente, desde el asesinato de J.F.Kennedy, la paranoia y el miedo arrumbaron al sueño Americano, devorándolo todo a su paso. Desde aquel magnicidio, EEUU perdió su inocencia. 

6.- Dicho todo lo anterior, una sola salvedad.
En las tres novelas mencionadas he llegado a leer pasajes muy crípticos. En determinados momentos un lector normal como yo se extravía, se pierde y puede no comprender determinadas páginas. ¿Eso convierte a DeLillo en un autor oscuro? Tal vez. Y a pesar de todo, siempre te llegas a encontrar y pese a que no logras una comprensión cristalina absoluta de todo lo leído (como sucede con otros autores más planos) lo das por bien empleado. No todo en la vida es comprensible. 
La modernidad de DeLillo radica en su abandono de la novela clásica nacida al calor de las formas burguesas del siglo XIX.
Las obras de DeLillo tienen una zona ciega, un rincón invisible. Esa es una premisa que debes asumir cuando empiezas a leerle. En caso contrario la decepción puede ser importante.   


En la contraportada de esta edición, de “Los nombres” leemos:

“James Axton, un analista de riesgo estadounidense que trabaja para una multinacional, recorre el mediterráneo y Oriente Medio redactando informes acerca de los conflictos políticos y económicos de la zona. Estamos a finales de la década de los 70. Es la época de la Revolución islámica en Irán, los secuestros terroristas.

En una isla del Egeo, Axton tiene noticia de un asesinato que apunta a una extraña secta de culto al lenguaje. Fascinado por esta violencia ritual, se obsesiona en encontrar una explicación. Su búsqueda nos lleva hasta los límites del lenguaje y la cultura, en un rompecabezas cuya solución se encuentra en las palabras.”


Conclusiones:

“Los nombres” me ha gustado más que “Americana” y menos que “Libra”. Y eso es coherente con la evolución del autor, en la medida en que esta novela fue escrita en medio de la otras dos.

En determinados momentos me he perdido (lo reconozco) pero al volver al redil de la trama principal  me ha reconfortado seguir montado encima de la gran ola de su prosa, como quien permanece en una tabla de surf , manteniéndose siempre en un precario equilibrio.

James Axton es un norteamericano que viaja por el Mediterráneo. Su estado civil es confuso: está separado de su esposa e hijo, (los cuales viven en una isla griega) aunque los visita y frecuenta como si sólo estuviera de viaje de negocios. Axton, de hecho, está solo, como todos los personajes del autor, pese a que a menudo está rodeado de gente. 
De tanto en tanto tiene flirteos y líos con otras mujeres.
Su relación con Grecia, donde tiene su cuartel general y una secretaria, resulta también ambigua. Parece que ame a ese país aunque siempre se mantiene como un astronauta en medio de un espacio lunar.


DeLillo, de forma continua, aborda el estatus extraterritorial del ejecutivo norteamericano, que trabaja para una gran multinacional y que nunca llega a comprender del todo a los nativos o lugareños de esos países donde vive.
Son muchas las reflexiones sobre cómo los estadounidenses se manejan en países culturalmente dispares, cuando no hostiles directamente a su modo de vida. Basten estos fragmentos como ejemplo:


“Los ejecutivos en tránsito formábamos una subcultura que envejecía en aeroplanos y aeropuertos. Enfrentados de modo cotidiano a fulgurantes formas de muerte, sabíamos todo lo que había que saber acerca de porcentajes y niveles de seguridad. Sabíamos que compañía aérea nos haría vomitar con su comida, qué rutas nos conectarían mejor con nuestro destino. Conocíamos los distintos modelos de aeronaves y sus configuraciones interiores, y comparábamos aquellos datos con las distancias a la que debíamos trasladarnos. (...)
Sabíamos qué aeropuertos funcionaban como es debido, cuáles tenían experiencia en resolver situaciones de retrasos y algaradas; cuáles disponían de radar y cuáles no. Los sistemas de asientos sin reserva nunca nos pillaban de sorpresa, y éramos los primeros en identificar nuestro equipaje en aquellos aeropuertos en los que tal práctica resultaba habitual.(...)
Nunca intercambiábamos miradas de espanto con nuestros compañeros de fila cuando las máscaras de oxígeno se desprendían al aterrizar, sino más bien información acerca de qué ciudades extranjeras se hallaban en buen estado de mantenimiento, en cuáles podía uno toparse con pandillas callejeras por la noche y dónde había peligro de sufrir el ataque de francotiradores en los barrios de oficinas en pleno mediodía. (...)
Sabíamos en qué lugares se hallaba vigente la ley marcial, en dónde se realizaban cacheos, en qué países se practicaba la tortura de modo sistemático y se disparaba al aire con rifles de asalto en las bodas, y quiénes se dedicaban a secuestrar a los ejecutivos para luego pedir rescate por ellos. No era sino una forma de defenderse contra la humillación personal."

DeLillo no hace novelas convencionales.

Al final de esta obra se nos revela, o al menos eso parece, que Axton es un agente de la CIA. Aunque no queda nada claro, la verdad. 
Los dos grandes misterios de la obra: La razón por la cual una secta asesina a determinadas personas, según un código lingüístico, y si James Axton es un agente secreto, quedan ambas irresolutas. 
DeLillo nos viene a decir que eso no era importante. Lo fundamental es su estilo, su prosa, la forma en la que DeLillo describe y dialoga consigo mismo y con nosotros, sus receptores.

Insisto, leer a DeLillo es curativo. Uno se siente feliz como pocas veces lo ha estado en su vida.  

“Los nombres” es una novela avanzada a su época. Escrita en 1982, hoy en 2013 se me antoja incluso demasiado moderna. Probablemente los lectores del próximo siglo la comprenderán mejor, en toda su complejidad y belleza. 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Don DeLillo
Americana (1971)
Editorial Circe
Traducción Gian Castelli.




“Hay un motel en el corazón de cada hombre. Allí donde la autopista comienza a dominar el paisaje, más allá de los límites de la ciudad inmensa y repetitiva y próximo a alguno de los principales centros de salidas y llegadas: allí es donde más probablemente se encuentra. Postales de su propia imagen sobre el mostrador. Un centenar de dormitorios herméticos. Las cuatro estaciones del año conservadas en un bote de aerosol dentro del armario de las medicinas. Al verte interminablemente repetido de camino a tu habitación, es fácil que olvides quién eres; puedes sentarte en al cama y convertirte en “hombre sentado en la cama”, una abstracción capaz de competir en la infinitud  misma; de tales lugares y momentos emerge el caos moderno hasta alcanzar el nivel de la matemática pura. A pesar de su tamaño considerable, el motel aparece como algo temporal. Puede que esta sensación emerja simplemente de la certeza de que nadie vive aquí más de uno o dos días seguidos. Por otra parte, también podría explicarse por la ubicación del motel, por esa ventosa sugerencia de misterio que rodea un edificio solitario edificado en lo que en otro tiempo era una ciénaga; del lago o bahía sopla una fría galerna, la luz del sol destella sobre los extremos de las alas de aeroplanos distantes, los patos viran en contra del viento y no se divisa el menor signo de presencia humana a pie. El motel parece construido exclusivamente con baldosas de baño. Las sábanas están frías y levemente húmedas. Hay demasiadas perchas en el armario, como si la dirección intentara compensarnos por una secreta carencia demasiado lamentable de imaginar. De las diminutas asperezas de la pared emana el susurro constante y casi insoportable de la ventilación. Y con todo, a pesar de sus menoscabos espirituales, éste no es el peor de los lugares. Encarna una repetición tan irresistible y tan insistente que hace posibles la liberación y el rescate, ya que no la libertad; poseído por el caos, te trasladas a territorios más difusos, alcanzas el refinamiento y la integridad, y te conviertes, si así lo quieres, en el hombre de la cama de la habitación contigua. La cabaña del bosque, la suite de habitaciones malva, el tugurio que hay encima de la casa de empeños, el apartamento prestado... son todos demasiados personales: son el instante irrepetible. Los hombres conservan firmemente el motel en su corazones; aquí fluye el sueño de la confluencia entre los viajes y el sexo.”

¡Tierra, Tierra! (1972). Sándor Márai. (Fragmentos)


Sándor Márai
¡Tierra, Tierra! (Föld, Föld!, 1972)
editorial Salamandra.












" El ruso comunista era, tanto en la guerra como en la paz, o sea, en la vida civil, tan pobre y tan miserable, y estaba tan hambriento, tan desprovisto de lo que fuera, tan expoliado de todo por la revolución y por el posterior régimen totalitario -tan privado de todo aquello que da a la vida más colorido y la hace más humana-, que al salir al mundo, después de treinta años de penurias y trabajo de esclavos, se abalanzó con avidez sobre todo lo que encontraba."
(...) 

Le pregunté qué les había ocurrido a los burgueses en la Unión Soviética.
-La revolución acabó con ellos –respondió con aire serio-; un tercio murió durante la revolución, otro tercio emigró y se dispersó, y los demás se integraron, poco a poco, en el sistema de los soviets, y encontraron por fin su sitio.
Yo contemplaba a ese hombre extraño, de palabra decidida, con la sospecha de que él también era de origen burgués. Un día me dijo que debía de resultar difícil ser escritor en una revolución, pero que no era un verdadero escritor el que no comprendía que la revolución es una empresa tan grandiosa que tiene el derecho de sacrificar ese algo relativo que se llama libertad intelectual o espiritual.
 
-¿Por qué es algo relativo la libertad intelectual o espiritual? –pregunté.
 
-Porque sin libertad social y material no existe la libertad intelectual o espiritual –respondió.
 
En la situación en que vivíamos era difícil discutir, así que no repliqué. Siempre que me tenía que enfrentar a comunistas fervorosos y devotos o a sus aliados, me daba la impresión de que no permitían que los argumentos de sus contrincantes traspasaran el umbral de su propia conciencia: como si temieran que se derrumbara, en su interior y alrededor de ellos, todo lo que habían construido con sus manos cuidadosa y obstinadamente. No le pude decir al ingeniero de puentes de Moscú que la cultura es siempre más fuerte que los tiranos y que la tiranía, y que el hombre creador, intelectual o espiritual, es siempre independiente, en su terreno, de la tiranía política, ideológica o de la comercial actual, y que prosigue invariablemente con su obra, incluso en las catacumbas o en prisión.”
 
(...) 

Resultó muy grato reencontrarme con el comerciante, y levanté mi sombrero para saludarlo, puesto que echaba de menos ese fenómeno que ya no existía en mi país. Todo sistema social, incluido el así llamado socialista, es ineficaz sin el comerciante, y la mayor equivocación del socialismo del Este es haber librado una batalla despiadada contra el “comerciante ávido de beneficios”, dejando fuera de la sociedad al comerciante independiente, al enlace, y haber pretendido sustituirlo por empleados estatales, es decir, por burócratas, vagos y muchas veces corruptos, siempre lentos e impotentes, incapaces de despertar en el comprador un sentido de la exigencia – y sin exigencia no existe desarrollo-: el comerciante estándar que le vende, por la fuerza, un producto estándar a un cliente estándar no es un comerciante, es tan sólo un servidor. En Suiza tenía por fin ante mis ojos al comerciante sonriente y educado que no pretendía convencer a un cliente mal informado de que comprara cualquier producto estándar, sino que ofrecía calidad y variedad.”

jueves, 16 de febrero de 2012

Pastoral Americana (American pastoral, 1997). Autor: Philip Roth.

Pastoral americana (American pastoral, 1997)

Philip ROTH
Páginas: 520
Editorial Mondadori (bosillo)
Traducción de Jordi Fibla.


Philip Roth. Un autor americano:

Escritor estadounidense (nacido en EEUU en 1933) representante de la "escuela judía" de la novela norteamericana. Nació en Newark (Nueva Jersey), y estudió en las universidades de Rutgers, Bucknell y Chicago. Enseñó inglés en las universidades de Chicago y de Iowa.). La obra de Roth se caracteriza por analizar con fino humor las desesperanzas y fantasías de los judíos estadounidenses aunque también pinta de una manera sarcástica a la clase media en general.

Ésta fue la primera novela que leí del escritor judío-americano Philip Roth, y tras la lectura, años después,  de toda la serie Zuckerman, probablemente estamos ante su mejor obra.
La novela está estructurada en tres actos o tiempos:

1.- El paraíso recordado:

El escritor Nathan Zuckerman (“alter-ego” de Roth) rememora su infancia en Newark (New Jersey) y el profundo impacto que le causó otro alumno de su escuela, Seymour Levov, conocido por todos como el “Sueco”:
“El Sueco... Durante los años de la guerra, cuando yo todavía iba a la escuela primaria, ése era un nombre mágico en nuestro vecindario de Newark, incluso para los adultos a los que sólo una generación separaba del viejo gueto de la calle Prince y que aún no estaban tan impecablemente americanizados como para quedarse como si les hubieran dado un balonazo en la cara ante la destreza de un atleta de escuela media. Su nombre era tan mágico como su rostro anómalo. Entre los pocos alumnos judíos de tez blanca en nuestra escuela, donde preponderaban los judíos, ninguno poseía nada que se pareciera ni remotamente a la máscara vikinga inexpresiva y de mandíbula escarpada de aquel rubio con ajos azules nacido en nuestra tribu con el nombre de Seymour Irving Levov”. (página 13)

Zuckerman era muy amigo de  Jerry Levov, hermano de “el Sueco”, y en sus visitas en el hogar de los Levov, empieza a elucubrar una pequeña gran historia social americana:  “El Sueco” era un Kennedy judío, campeón escolar y universitario en tres deportes: baloncesto, fútbol americano y béisbol. Verdadero orgullo judío por su gran capacidad atlética y su profunda bondad. Zuckerman recrea el ambiente de los años 40 y 50 en Estados Unidos: 

“Recordemos aquella energía. Los norteamericanos no sólo nos gobernábamos a nosotros mismos, sino también a unos doscientos millones de personas en Italia, Austria, Alemania y Japón. (...) Solo nosotros teníamos el poder atómico (...) Nuestro curso dio comienzo en la escuela de enseñanza media seis meses después de la rendición incondicional de los japoneses, en el apogeo de la mayor embriaguez colectiva en la historia norteamericana, y la súbita acometida de energía era contagiosa. A nuestro alrededor no había nada exánime, el sacrificio y la incomodidad habían terminado, la Depresión pertenecía al pasado, todo estaba en movimiento” (página 59-60)


Pasados los años, en los 80, Zuckerman es ya un renombrado escritor, se encuentra con “el Sueco” y ambos cenan juntos. En esa cena “el Sueco” le pide que escriba la historia de su padre e hija (las dos personas que más han influido en la vida de Seymour). Días después Zuckerman, en una reunión de antiguos alumnos de Newark, se topa con Jerry Levov (hermano del Sueco), y éste le comunica la muerte del Sueco. Le explica el calvario que toda la familia Levov padeció ante un hecho terrorífico. La hija del “Sueco”, ayudada por un grupo terrorista,  a los 16 años, en plena guerra de Vietnam colocó una bomba en la única oficina de correos del pueblo, causando la muerte de un vecino (el médico de la localidad).
Jerry Levov expresa el dolor familiar ante tal desastre :

“ (...) Aquella bomba hizo saltar su vida en pedazos. La verdadera víctima de la bomba fue él. (...) Meredith Levov, la hija de Seymour. La “terrorista de Rimrock” era la hija de Seymour, la alumna de escuela media que hizo volar la oficina de correos y mató al médico, la chica que detuvo la guerra de Vietnam cargándose  a una persona que enviaba una carta a las cinco de la madrugada, un médico que se dirigía al hospital. (...) Le trajo a Lyndon Johnson la guerra a casa al volar la oficina de correos que estaba en la única tienda del pueblo(...) Tipismo norteamericano. A Seymour le gustaba el tipismo norteamericano, pero a la chica no. Él la sacó del tiempo real y ella le hizo volver del todo a la realidad.”

Por otro lado, toda esta parte consiste en la recreación de la vida de la familia del Sueco.  Roth realiza una certera y ajustada bio-socio-grafía de la comunidad judía de New-Jersey. Los Levov, judíos centro-europeos, llegaron a los Estados Unidos a finales del siglo XIX. El primer Levov que arriba a EEUU empieza a ganarse la vida en el curtido de pieles animales. Poco a poco este primer Levov aprende el oficio de trabajar la piel animal. Enseña el oficio a su hijo Lou. Esta primera generación nacida en America (Lou Levov, padre del Sueco) ya empieza a disfrutar de una subida del escalón social. Lou (gracias a las enseñanzas de su padre) empieza en solitario a trabajar la piel; aprende el oficio desde la base del proletariado judío:

“Su padre, el abuelo del Sueco Levov, llegó a Newark, procedente del viejo país, en la década de 1890, y encontró trabajo como descarnador de pieles recién extraidas de la cuba de cal, el único judío al lado de los inmigrantes más rudos de Newark, eslavos, irlandeses e italianos, empleados en la curtiduría del magnate del charol T.P. Howel, que estaba en la Nuttman...” “El hijo, Lou (el padre del Sueco Levov), ingresó en la curtiduría cuando salió de la escuela, a los catorce años, a fin de ayudar al sostenimiento de los nueve miembros de la familia, y llegó a ser un experto no sólo en teñir el cuero flexible extendiendo el tinte de arcilla con un cepillo plano y rígido, sino también en la selección y clasificación de pieles...” (páginas 23-24)
A base de años y de una dureza vital descomunal, Lou Levov crea una empresa de fabricación de guantes de piel animal, en Newark. El sueño de Lou es que su negocio sea seguido por su hijo Seymour, verdadero orgullo de toda la comunidad judía de New-jersey. Seymour o mejor dicho, “el Sueco” es la quinta esencia de la burguesía judía americana. Atleta con semblante nórdico, magnífico estudiante, respetuoso con las tradiciones familiares, enrolado en los marines durante la Segunda Guerra Mundial. El gran sueño del Sueco es el de formar la perfecta y harmónica familia americana: esposa guapa, sana y fecunda, e hijos sanos y seguidores a su vez de todos los ritos pequeño burgueses de ese mundo  W.A.S.P (blanco, anglosajón y protestante) al que toda su genealogía judía ha  luchado por ser aceptada entre esos “gentíles” neo-coloniales.
A partir de este momento Roth encara lo que será el cuerpo de la novela: la vida del Sueco.

Puede resumirse en los siguientes puntos:
a)      El Sueco sigue el negocio de su padre Lou Levov, consistente en la fabricación de guantes. La familia posee una fabrica en Newark (New-Jersey), otra en Puerto Rico y una tercera, en copropiedad, en Checoslovaquia.
b)     El Sueco contrae matrimonio con Dawn Dwyer, verdadera belleza irlandesa, católica. Dawn fue Miss New-Jersey en los años cincuenta. El Sueco tuvo un cierto enfrentamiento con su padre por casarse con una mujer católica y no judía.
c)      El matrimonio Levov-Dwyier tiene una hija llamada Merediht, alias Merry (“Felicidades” en castellano). Merry desde su adolescencia deviene tartamuda y recibe clases con terapeutas y logopedas  (Sheila Salzman es su logopeda) para subsanar ese problema. Los tres residen en una gran residencia rural, en la que la esposa cuida ganado (vacas) en old-Rimrock,  Newark (New Jersey).

2.- La caída:

Esta segunda parte empieza  con el proceso de rebelión y fuga de la adolescente Merry. En plena guerra de Vietnam (finales de los 60), Merry tiene 16 años y empieza a incubar una ideología subversiva y violenta. A menudo viaja a Nueva York, sin el consentimiento de sus padres, asiste a reuniones clandestinas de grupos extravagantes. Un buen día Merry, con la ayuda de otros terroristas, coloca una bomba en la estafeta de correos -de una tienda de ultramarinos de la familia Hamlin-, en pleno Newark. De resultas de la explosión fallece el médico del pueblo Sr. Fred Conlon. Merry se dá a la fuga y desparece del mapa. La familia del Sueco queda literalmente destrozada por semejante drama. El Sueco se pregunta qué ha hecho mal en la educación de su hija, y cómo ésta ha acabado convertida en un verdadero monstruo.

Todo ese mundo soñado es derribado y arrancado de cuajo con el atentado de Merry en Newark y la muerte del Doctor Conlon. El Sueco y su esposa Dawn sufren tal depresión que ya nunca volverán a ser los mismos.

Años después, una amiga de Merry, Rita Cohen, le envía una carta al Sueco, remitiéndolo al lugar donde trabaja Merry. Se trata de un hospital cochambroso, cercano a Newark. El Sueco acude a aquél lugar y se reencuentra con su hija. Ésta le explica que ha estado viviendo en la clandestinidad durante cinco años con el nombre falso de Maria Sultz, y que forma parte de la secta de los “Jainitas” (secta de origen hindú que solo se alimenta de hierbajos) . Merry vive como una pordiosera en una especie de antro desvalijado,  posiblemente en el peor barrio de Nueva Jersey, y por extensión de Estados Unidos. El Sueco adquiere conciencia del grado de degradación física y mental  a la que ha llegado su hija, y éste  le ruega que vuelva a casa. Merry se niega y encima le espeta que durante estos años participó en otros atentados, con el resultado de cuatro muertos inocentes en total. El Sueco palidece y entra en una profunda depresión. Todo su mundo se viene abajo:
“Tres generaciones, todas ellas creciendo, trabajando, ahorrando, teniendo éxito. Tres generaciones entusiasmadas con Estados Unidos. Tres generaciones para fusionarse por completo con la población del país. Y ahora, con la cuarta generación, todo se había quedado en nada. La destrucción absoluta de su mundo...” (páginas 295-296)

3.- El paraíso perdido:

Toda esta parte empieza y acaba con una cena que el matrimonio Levov-Dwyer ofrece a sus allegados (tres matrimonios) en su mansión familiar de Old-Rimrock. Los invitados son:  los padres del Sueco; Bill y Jessie Orcutt (terratenientes de Nueva Jersey); Marcia y Barry Umanoff (matrimonio judío neoyorquino); Sheila y Shelly Salzman (logoterapeuta de Merry y psiquiatra de Dawn respectivamente).

En toda esta parte Roth realiza una tarea narrativa magistral. Mientras se celebra la cena, el Sueco recrea mentalmente toda su vida familiar en Nueva Jersey así como su encaje en el corazón de la América WASP. Aunque bien mirado no es el Sueco el que habla en primera persona sino que el verdadero narrador el Nathan Zuckerman (alter-ego de Roth)  el que va desgranando la historia de la familia Levov, a petición del Sueco en aquella cena ya comentada.

El Sueco recuerda el día en que llegaron por primera vez a Old-Rimrock, feudo tradicional del mundo protestante anglosajón, siendo William Orcutt III (Bill para los amigos) su máximo exponente. Orcutt es el descendiente de una amplia saga americana protestante, originaria de la Irlanda protestante Unionista, arribada a América casi desde el Mayflower. La esposa del Sueco, Daw (una irlandesa católica)  lo expone claramente:

la única diferencia entre ellos y nosotros (por “ellos” se refería a los protestantes) estriba, por nuestra parte, en un poco más de licor, y no mucho más, por cierto” (página 368)

Por otro lado, el Sueco, un judío americano, cuya familia carece de ese pedigreé anglosajón, reflexiona sobre esa cuestión histórica:
“En cuanto a los antepasados, su familia no podía competir con la de Orcutt... en un par de minutos se habrían quedado sin antepasados. Si volvían  a los tiempos anteriores a su instalación en Newark, al viejo país, nadie sabia nada. Desconocían los nombres y todo lo relativo a sus familiares antes de Newark, no sabían como se ganaban la vida y no digamos por quién votaban. Pero Orcutt podía recitar una lista interminable de antepasados. A cada peldaño que los Levov ascendían en Norteamérica había otro peldaño que alcanzar, pero aquel hombre estaba  a lo alto de la escalera (pág.374)
“El resentimiento judío podía ser tan malo como el resentimiento irlandés” (página 375)   

El Sueco también recuerda cómo ambas familias (los judíos Levov y los católicos Dwyer) llegaron a aceptar su matrimonio con Dawn. En mi opinión se trata de  la parte fundamental de la novela, en la medida que Roth aporta luz sobre una cierta mentalidad social americana. Concretamente el párrafo que sigue es, a mi me lo parece, el más importante de toda la narración. Hace referencia a ese momento social (el día de Acción de Gracias) en que todos ofrecen al prójimo un momento de respeto ante la religión o ideología del otro, lo que Roth denomina como “una moratoria”, ese instante temporal en que lo importante no es tu mundo mental sino el espacio común americano:

“Las dos familias se reunían  todos los años para cenar el día de Acción de Gracias en Old Rimrock (...) Una moratoria sobre los alimentos curiosos, las maneras no menos curiosas y la exclusividad religiosa, una moratoria sobre los tres milenios de nostalgia de los judíos, una moratoria sobre Cristo, la cruz y la crucifixión para los cristianos, cuando todo el mundo en Nueva Jersey y los demás lugares puede ser más pasivo sobre sus irracionalidades de lo que lo son el resto del año. Una moratoria sobre todos los motivos de queja y los resentimientos , y no sólo para los Dwyer y los Levov sino para todos los demás norteamericanos que sospechan de todos los demás. Es la pastoral americana por excelencia y dura veinticuatro horas...” (página 486)


Conclusiones de “Pastoral Americana”:

Roth confiere a su novela dos niveles de lectura, a través de dos tipos de conflicto:

1.- Conflicto generacional:
No cabe duda de que Roth enfrenta dos generaciones distintas de la América de la segunda mitad del siglo XX: Los hijos de la Gran Depresión, que lucharon en la Segunda Guerra Mundial y vivieron la “edad de oro” de la República providencialista de Roosevelt y del New-Deal se enfrentan a una nueva generación que odia la guerra de Vietnam y que se criaron contemplando como esa República se convirtió en Imperio belicista. El Sueco y su hija Merry nutren las filas de ambas Américas. El choque es brutal. A raiz del asesinato de JFK y Martin Luther King, el Watergate etc, en los hogares norteamericanos se inocula un virus inesperado. Una guerra interior en el núcleo familiar. Roth hace hincapié en cómo la paz y felicidad familiar puede convertirse en un verdadero infierno. Merry es educada como lo sería una “gentil”, hija del poder económico, reniega de él y se erige en un monstruo familiar incontenible. En las últimas líneas de la novela, Roth se pregunta ¿Qué hay de reprobable en la vida de los Levov? Esa es una pregunta inquietante. El Sueco encarna la inocencia absoluta.

2.- Conflicto de castas:

La historia norteamericana es también la historia social de yuxtaposición de castas sociales. En esa pirámide, se encuentran en la cúspide los Protestantes blancos, anglosajones y prostestantes (White-Anglo-Saxon-Protestant), siendo la zona media piramidal la formada por católicos y judíos.
Los Levov-Dwyer son conscientes de que siempre estarán en esa zona media y que por  mucho que les pese nunca alcanzarán esa cúspide WASP.