Don
DeLillo
Los nombres (The names, 1982)
Traducción de Gian Castelli Gair
Seix Barral
Barcelona 2011
Se trata de la tercera novela que he leído de este autor. Hace tiempo adquirí casi todo lo que se ha editado en España de DeLillo.
La editorial Seix Barral (y antes Circe) han ido, lentamente, publicando toda su obra, salvo alguna de sus novelas primerizas.
No leo sus novelas por el orden cronológico de su publicación. Empecé con “Americana” (su primera novela que data de 1971), seguí con “Libra” (escrita en
1988) y proseguí con “Los nombres” (publicada en 1982). Entre las tres obras he
hallado varios puntos de conexión, que bien podrían ser constantes en la obra
de DeLillo, aunque también podría equivocarme, dado mi análisis apresurado.
1.- La prosa de DeLillo resulta fascinante, tersa, alucinante,
profunda, inteligente, mentalmente embriagadora, altamente poética, nutrida de
una potencia visual demoledora, al tiempo que la palabra siempre adquiere
un valor curativo y sanador.
2.- DeLillo no concibe el tiempo narrativo como algo lineal. En una
misma página acumula, sin apenas notarlo el lector, unidades de tiempo diferentes. El pasado y el
presente se funden hasta llegar a confundirlos total y absolutamente.
3.- DeLillo es un narrador profundamente crítico con el modo de vida norteamericano. En las tres obras citadas eso es una constante.
La América de DeLillo es un lugar lleno de moteles tristes, locales destartalados, habitaciones
cerradas y poco ventiladas, familias desestructuradas, hombres promiscuos y
mujeres imprevisibles, así como un universo de seres perdidos que vagan por espacios tortuosos.
4.- Los protagonistas de sus novelas (verdaderos antihéroes) siempre
están en transito, viajando. El viaje, para DeLillo, no supone una nueva luz en la vida de sus protagonistas. Al contrario.
En “Americana”, "Libra" y “Los nombres” sus personajes finalizan su recorrido y
al lector le queda una extraña sensación de vacío. A menudo acaban más solos de lo que estaban al empezar la historia.
5.- La conspiración, el miedo al otro, y la paranoia hacia el exterior,
son temas muy queridos por este novelista. En las novelas de Don DeLillo la amenaza externa (explícita o implícita) es otro personaje de la narración. La violencia sacudida en el marasmo de una sociedad armada y vigilante parece una constante de su obra. El caso más directo es "Libra", en la que el autor re-crea un personaje histórico: Lee Harvey Oswald, el cual acaba siendo el catalizador de la violencia atmosférica de toda una época. Como bien dijo DeLillo, en una entrevista reciente, desde el asesinato de J.F.Kennedy, la paranoia y el miedo arrumbaron al sueño Americano, devorándolo todo a su paso. Desde aquel magnicidio, EEUU perdió su inocencia.
6.- Dicho todo lo anterior, una sola salvedad.
En las tres novelas mencionadas he
llegado a leer pasajes muy crípticos. En determinados momentos un lector
normal como yo se extravía, se pierde y puede no comprender determinadas páginas.
¿Eso convierte a DeLillo en un autor oscuro? Tal vez. Y a pesar de todo, siempre te
llegas a encontrar y pese a que no logras una comprensión cristalina absoluta
de todo lo leído (como sucede con otros autores más planos) lo das por bien
empleado. No todo en la vida es comprensible.
La modernidad de DeLillo radica en su
abandono de la novela clásica nacida al calor de las formas burguesas del siglo
XIX.
Las obras de DeLillo tienen una zona ciega, un rincón invisible. Esa es
una premisa que debes asumir cuando empiezas a leerle. En caso contrario la
decepción puede ser importante.
En la contraportada de esta edición, de “Los nombres” leemos:
“James Axton, un analista de riesgo estadounidense que trabaja para una
multinacional, recorre el mediterráneo y Oriente Medio redactando informes
acerca de los conflictos políticos y económicos de la zona. Estamos a finales
de la década de los 70. Es la época de la Revolución islámica en Irán, los
secuestros terroristas.
En una isla del Egeo, Axton tiene noticia de un asesinato que apunta a
una extraña secta de culto al lenguaje. Fascinado por esta violencia ritual, se
obsesiona en encontrar una explicación. Su búsqueda nos lleva hasta los límites
del lenguaje y la cultura, en un rompecabezas cuya solución se encuentra en las
palabras.”
Conclusiones:
“Los nombres” me ha gustado más que “Americana” y menos que “Libra”. Y
eso es coherente con la evolución del autor, en la medida en que esta novela
fue escrita en medio de la otras dos.
En determinados momentos me he perdido (lo reconozco) pero al volver al
redil de la trama principal me ha
reconfortado seguir montado encima de la gran ola de su prosa, como quien permanece
en una tabla de surf , manteniéndose siempre en un precario equilibrio.
James Axton es un norteamericano que viaja por el Mediterráneo. Su estado civil es confuso: está separado de su esposa e hijo, (los cuales viven
en una isla griega) aunque los visita y frecuenta como si sólo estuviera de
viaje de negocios. Axton, de hecho, está solo, como todos los personajes del autor, pese a que a menudo está rodeado de gente.
De tanto en tanto tiene flirteos y líos con otras mujeres.
Su relación con Grecia, donde tiene su cuartel general y una
secretaria, resulta también ambigua. Parece que ame a ese país aunque siempre
se mantiene como un astronauta en medio de un espacio lunar.
DeLillo, de forma continua, aborda el estatus extraterritorial del
ejecutivo norteamericano, que trabaja para una gran multinacional y que nunca
llega a comprender del todo a los nativos o lugareños de esos países donde
vive.
Son muchas las reflexiones sobre cómo los estadounidenses se manejan en
países culturalmente dispares, cuando no hostiles directamente a su modo de
vida. Basten estos fragmentos como ejemplo:
“Los ejecutivos en tránsito formábamos una subcultura que envejecía en
aeroplanos y aeropuertos. Enfrentados de modo cotidiano a fulgurantes formas de
muerte, sabíamos todo lo que había que saber acerca de porcentajes y niveles de
seguridad. Sabíamos que compañía aérea nos haría vomitar con su comida, qué
rutas nos conectarían mejor con nuestro destino. Conocíamos los distintos
modelos de aeronaves y sus configuraciones interiores, y comparábamos aquellos
datos con las distancias a la que debíamos trasladarnos. (...)
Sabíamos qué aeropuertos funcionaban como es debido, cuáles tenían
experiencia en resolver situaciones de retrasos y algaradas; cuáles disponían
de radar y cuáles no. Los sistemas de asientos sin reserva nunca nos pillaban
de sorpresa, y éramos los primeros en identificar nuestro equipaje en aquellos
aeropuertos en los que tal práctica resultaba habitual.(...)
Nunca intercambiábamos miradas de espanto con nuestros compañeros de
fila cuando las máscaras de oxígeno se desprendían al aterrizar, sino más bien
información acerca de qué ciudades extranjeras se hallaban en buen estado de
mantenimiento, en cuáles podía uno toparse con pandillas callejeras por la
noche y dónde había peligro de sufrir el ataque de francotiradores en los
barrios de oficinas en pleno mediodía. (...)
Sabíamos en qué lugares se hallaba vigente la ley marcial, en dónde se
realizaban cacheos, en qué países se practicaba la tortura de modo sistemático
y se disparaba al aire con rifles de asalto en las bodas, y quiénes se
dedicaban a secuestrar a los ejecutivos para luego pedir rescate por ellos. No
era sino una forma de defenderse contra la humillación personal."
DeLillo no hace novelas convencionales.
Al final de esta obra se nos revela, o al menos eso parece, que Axton es un agente de la CIA. Aunque no queda nada claro, la verdad.
Los dos grandes misterios de la obra: La razón por la cual una secta asesina a determinadas personas, según un código lingüístico, y si James Axton es un agente secreto, quedan ambas irresolutas.
DeLillo nos viene a decir que eso no era importante. Lo fundamental es su estilo, su prosa, la forma en la que DeLillo describe y dialoga consigo mismo y con nosotros, sus receptores.
DeLillo nos viene a decir que eso no era importante. Lo fundamental es su estilo, su prosa, la forma en la que DeLillo describe y dialoga consigo mismo y con nosotros, sus receptores.
Insisto, leer a DeLillo es curativo. Uno se siente feliz como pocas
veces lo ha estado en su vida.
“Los nombres” es una novela avanzada a su época. Escrita en 1982, hoy
en 2013 se me antoja incluso demasiado moderna. Probablemente los lectores del
próximo siglo la comprenderán mejor, en toda su complejidad y belleza.
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