viernes, 15 de abril de 2011

En busca del tiempo perdido V. La prisionera. Autor: Marcel Proust (Fragmento)

“ El día siguiente a aquella velada en la que Albertine me había dicho que tal vez iría y después no iría a casa de los Verdurin, me desperté temprano y, medio dormido aún, mi alegría me comunicó que había – interpolado en el invierno- un día de primavera. Fuera, temas populares finamente escritos para diversos instrumentos – desde la bocina del reparador de porcelana o la trompeta del sillero hasta la flauta del cabrero, que en un día hermoso parecía un pastor de Sicilia- orquestaban ligeramente el aire matinal, en una “Obertura para un día de fiesta”. El oído, sentido delicioso, nos brinda la compañía de la calle, de la que nos describe todas las líneas, traza todas las formas que por ella pasan, al tiempo que nos muestra su color. Los cierres del panadero, del mantequero, que la noche anterior estaban bajados sobre todas las posibilidades de la felicidad femenina, se alzaban ahora como las ligeras poleas de un navío que zarpa y va a navegar, cruzando el mar transparente, por un sueño de jóvenes empleadas. Ese ruido del cierre, al subir, tal vez habría sido mi único placer en un barrio diferente. En éste me alegraban otros cien, ninguno de los cuales habría querido perderme despertándome demasiado tarde. El encanto de los viejos barrios aristocráticos consiste en ser, además, populares. Como los que a veces tuvieron las catedrales no lejos de su pórtico – algunos de los cuales llegaron a conservar su nombre, como el de la catedral de Ruán, llamado de los “Libreros”, porque éstos, pegados a él, exponían al aire libre su mercancía -, diversos vendedores ambulantes pasaban por delante del noble palacete de Guermantes y recordaban a veces a la Francia eclesiástica de antaño, pues la llamada que lanzaban a las casitas vecinas nada tenía – con escasas excepciones- de una canción. Difería de ella tanto como la declamación – apenas coloreada por variaciones insensibles- de Boris Godunov y Pelléas, pero, por otra parte, recordaba la salmodia de un cura durante oficios de los que las escenas de la calle son la simple contrapartida bonachona, ferial, y, sin embargo, a medias litúrgica.
Nunca me había dado tanto placer como desde que Albertine vivía conmigo; me parecían una señal gozosa de su despertar y, al interesarme en la vida de fuera, me hacían sentir mejor la sosegadota virtud de una presencia querida, tan constante como la deseaba yo. Algunos de los alimentos voceados en la calle y que yo, personalmente detestaba eran muy del gusto de Albertine, por lo que Françoise enviaba a comprarlos a su joven lacayo, tal vez un poco humillado de verse confundido con la muchedumbre plebeya.”

En busca del tiempo perdido. V.
La prisionera
À la recherche du temps perdu. V.
La prisonnière.
Marcel Proust
Editorial Lumen
Traducció de Carlos Manzano

1 comentario:

  1. Nuna he leído a Proust y el fragmento que has colgado me ha parecido interesante. Ahora estoy concentrando mi tiempo en la primera época de Dostoievski, desde "Pobre gente" a los libros anteriores de la "Memoria...". No obstante, la obra literaria de Proust será leída.

    ResponderEliminar