domingo, 3 de abril de 2011

En busca del tiempo perdido (La parte de Guermantes). À la recherche du temps perdu (Le côté de Germantes). Autor: Marcel PROUST (Fragmento).

“ Yo llevaba mucho tiempo sin ver a Swann y me pregunté por un instante si en tiempos se recortaba el bigote o llevaba el pelo cortado a cepillo, pues vi en él algo cambiado; era sólo que estaba en efecto muy “cambiado”, porque estaba muy enfermo y la enfermedad produce modificaciones tan profundas en el rostro como las de empezar a dejarse barba o cambiar la raya de sitio. (La enfermedad de Swann era la que se había llevado a su madre y que ésta había contraido precisamente a la edad que él tenía. Nuestras vidas están, en realidad, tan llenas de cifras cabalísticas, de suertes echadas, por la herencia, como si de verdad existieran las brujas y, así como hay determinada duración de la vida para la Humanidad en general, así también la hay para las familias en particular, es decir, en las familias para los miembros que se parecen.) Swann iba vestido con una elegancia que, como la de su mujer, asociaba lo que era con lo que había sido. Embutido en una levita de color gris perla, que realzaba su gran estatura, esbelto, con guantes blancos de listas negras, llevaba una chistera gris ensanchada, que Delion ya sólo hacía para él, para el príncipe de Sagan, para el Sr. de Charlus, para el marqués de Módena, para el Sr. Charles Haas y para el conde Louis Turenne. Me sorprendió la encantadora sonrisa y el afectuoso apretón de manos con los que respondió a mi saludo, pues creía que, después de tanto tiempo, no me habría reconocido enseguida; le expresé mi asombro y lo acogió con carcajadas, un poco de indignación y una nueva presión de mano, como si fuera a poner en duda la integridad de su cerebro o la sinceridad de su afecto suponer que no me reconocía y, sin embargo, así era; no me indentificó – lo supe mucho más adelante- hasta unos minutos después, al oír mi nombre, pero su dominio y seguridad en el ejercicio de la vida mundana eran tales, que ningún cambio en su rostro, en sus palabras, en las cosas que me dijo, reveló el descubrimiento que una palabra del Sr. de Guermantes le había brindado.
(…)
“Lo perdono”, dijo, distraída, la duquesa (de Guermantes), quien, tras parecer asaltada de repente por una idea que la alegró, reprimió una ligera sonrisa, pero volvió en seguida a dirigirse a Swann: “Bueno, ¿qué? No nos ha dicho si vendrá a Italia con nosotros”.
“Creo, señora, que no será posible.”
“Pues entonces la Sra. de Montmorency tiene más suerte. Estuvo usted con ella en Venecia y en Vicenza. Me dijo que con usted se veían cosas que, si no, nunca se verían, de las que nadie ha hablado nunca, que le enseñó usted cosas insólitas y que, incluso en las cosas conocidas, pudo comprender detalles, ante los cuales, de no haber estado usted con ella, habría pasado veinte veces sin advertirlos nunca. La verdad es que ha resultado más favorecida que nosotros…
Swann rompió a reir.
“De todos modos, me gustaría saber”, le preguntó la Sra. de Guermantes, “como puede usted saber, con diez meses de adelanto, que será imposible”.
“Mi querida duquesa, se lo diré, si se empeña, pero ante todo ya ve que estoy muy enfermo”.
“Sí mi querido Charles, me parece que no tiene usted buena cara precisamente, no me gusta nada su color, pero no se lo pido para dentro de ocho días, sino para dentro de diez meses. Para dentro de diez meses hay tiempo de curarse, ¿verdad?
Pues, a ver, en una palabra, ¿cuál es la razón que le impedirá ir a Italia?”, preguntó la duquesa, al tiempo que se levantaba para despedirse de nosotros.
“Pues, mi querida amiga, la de que llevaré varios meses muerto. Según los médicos, a los que he consultado, al final del año la dolencia que tengo, y que, por lo demás, puede llevárseme en seguida, no me dejará en cualquier caso más de tres o cuatro meses de vida y, aun así, es el máximo”, respondió Swann sonriendo, mientras el lacayo abría la puerta vidriera para dejar pasar a la duquesa.
“Pero, ¿qué me dice?”, exclamó la duquesa, al tiempo que se detenía un segundo en su camino hacia el coche y alzaba sus hermosos ojos azules y melancólicos, pero cargados de incertidumbre. Colocada por primera vez en su vida entre dos deberes tan diferentes como montar en su coche para ir a cenar fuera y manifestar piedad a un hombre que iba a morir, no veía nada en el código de la compostura que indicara la jurisprudencia que seguir y, no sabiendo a cuál conceder prelación, consideró oportuno hacer como que no se creía que se planteara la segunda opción, a fin de obedecer a la primera, que exigía en aquel momento menos esfuerzo, y pensó que la mejor forma de resolver el conflicto era la de negarlo. “¿Está usted de broma?”, dijo a Swann.
“Sería una broma de un gusto encantador”, respondió, irónico, Swann. “No sé por qué se lo digo, hasta ahora no le había hablado de mi enfermedad, pero como me lo ha preguntado y ahora puedo morir de un día para otro… Pero sobre todo no quiero que se retrasen, ya que van a cenar fuera”, añadió, porque sabía que, para los demás, sus propias obligaciones mundanas tienen prelación sobre la muerte de un amigo y, gracias a su cortesía, se ponía en su lugar, pero el de la duquesa le permitía también advertir confusamente que la cena a la que ella iba a ir debía contar para Swann menos que su propia muerte.”

En busca del tiempo perdido (La parte de Guermantes).
À la recherche du temps perdu (Le côté de Germantes).
Marcel Proust.

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