Sándor Márai
¡Tierra, Tierra! (Föld, Föld!, 1972)
editorial Salamandra.
" El ruso comunista era, tanto en la guerra como en la paz, o sea, en la vida civil, tan pobre y tan miserable, y estaba tan hambriento, tan desprovisto de lo que fuera, tan expoliado de todo por la revolución y por el posterior régimen totalitario -tan privado de todo aquello que da a la vida más colorido y la hace más humana-, que al salir al mundo, después de treinta años de penurias y trabajo de esclavos, se abalanzó con avidez sobre todo lo que encontraba."
(...)
Le pregunté qué les había ocurrido a los burgueses en la Unión Soviética.
-La revolución acabó con ellos –respondió con
aire serio-; un tercio murió durante la revolución, otro tercio emigró y se
dispersó, y los demás se integraron, poco a poco, en el sistema de los soviets,
y encontraron por fin su sitio.
Yo contemplaba a ese hombre extraño, de palabra decidida, con la sospecha de que él también era de origen burgués. Un día me dijo que debía de resultar difícil ser escritor en una revolución, pero que no era un verdadero escritor el que no comprendía que la revolución es una empresa tan grandiosa que tiene el derecho de sacrificar ese algo relativo que se llama libertad intelectual o espiritual.
-¿Por qué es algo relativo la libertad intelectual o espiritual? –pregunté.
-Porque sin libertad social y material no existe la libertad intelectual o espiritual –respondió.
En la situación en que vivíamos era difícil discutir, así que no repliqué. Siempre que me tenía que enfrentar a comunistas fervorosos y devotos o a sus aliados, me daba la impresión de que no permitían que los argumentos de sus contrincantes traspasaran el umbral de su propia conciencia: como si temieran que se derrumbara, en su interior y alrededor de ellos, todo lo que habían construido con sus manos cuidadosa y obstinadamente. No le pude decir al ingeniero de puentes de Moscú que la cultura es siempre más fuerte que los tiranos y que la tiranía, y que el hombre creador, intelectual o espiritual, es siempre independiente, en su terreno, de la tiranía política, ideológica o de la comercial actual, y que prosigue invariablemente con su obra, incluso en las catacumbas o en prisión.”
(...)
Resultó muy grato reencontrarme con el comerciante, y levanté mi sombrero para saludarlo, puesto que echaba de menos ese fenómeno que ya no existía en mi país. Todo sistema social, incluido el así llamado socialista, es ineficaz sin el comerciante, y la mayor equivocación del socialismo del Este es haber librado una batalla despiadada contra el “comerciante ávido de beneficios”, dejando fuera de la sociedad al comerciante independiente, al enlace, y haber pretendido sustituirlo por empleados estatales, es decir, por burócratas, vagos y muchas veces corruptos, siempre lentos e impotentes, incapaces de despertar en el comprador un sentido de la exigencia – y sin exigencia no existe desarrollo-: el comerciante estándar que le vende, por la fuerza, un producto estándar a un cliente estándar no es un comerciante, es tan sólo un servidor. En Suiza tenía por fin ante mis ojos al comerciante sonriente y educado que no pretendía convencer a un cliente mal informado de que comprara cualquier producto estándar, sino que ofrecía calidad y variedad.”
Yo contemplaba a ese hombre extraño, de palabra decidida, con la sospecha de que él también era de origen burgués. Un día me dijo que debía de resultar difícil ser escritor en una revolución, pero que no era un verdadero escritor el que no comprendía que la revolución es una empresa tan grandiosa que tiene el derecho de sacrificar ese algo relativo que se llama libertad intelectual o espiritual.
-¿Por qué es algo relativo la libertad intelectual o espiritual? –pregunté.
-Porque sin libertad social y material no existe la libertad intelectual o espiritual –respondió.
En la situación en que vivíamos era difícil discutir, así que no repliqué. Siempre que me tenía que enfrentar a comunistas fervorosos y devotos o a sus aliados, me daba la impresión de que no permitían que los argumentos de sus contrincantes traspasaran el umbral de su propia conciencia: como si temieran que se derrumbara, en su interior y alrededor de ellos, todo lo que habían construido con sus manos cuidadosa y obstinadamente. No le pude decir al ingeniero de puentes de Moscú que la cultura es siempre más fuerte que los tiranos y que la tiranía, y que el hombre creador, intelectual o espiritual, es siempre independiente, en su terreno, de la tiranía política, ideológica o de la comercial actual, y que prosigue invariablemente con su obra, incluso en las catacumbas o en prisión.”
(...)
Resultó muy grato reencontrarme con el comerciante, y levanté mi sombrero para saludarlo, puesto que echaba de menos ese fenómeno que ya no existía en mi país. Todo sistema social, incluido el así llamado socialista, es ineficaz sin el comerciante, y la mayor equivocación del socialismo del Este es haber librado una batalla despiadada contra el “comerciante ávido de beneficios”, dejando fuera de la sociedad al comerciante independiente, al enlace, y haber pretendido sustituirlo por empleados estatales, es decir, por burócratas, vagos y muchas veces corruptos, siempre lentos e impotentes, incapaces de despertar en el comprador un sentido de la exigencia – y sin exigencia no existe desarrollo-: el comerciante estándar que le vende, por la fuerza, un producto estándar a un cliente estándar no es un comerciante, es tan sólo un servidor. En Suiza tenía por fin ante mis ojos al comerciante sonriente y educado que no pretendía convencer a un cliente mal informado de que comprara cualquier producto estándar, sino que ofrecía calidad y variedad.”
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