lunes, 28 de marzo de 2011

Memorias de ultratumba (Mémoires d'outre-tombe ). 1846. Autor: François-René de CHATEAUBRIAND.

" Entre esta multitud había un hombre de entre treinta y treinta y dos años en el que nadie se fijaba, y el cual tampoco prestaba atención más que a un grabado de la muerte del general Wolf. Impresionado por su aspecto, pregunté quién era; uno de los que tenía al lado respondió: “No es nadie, un simple campesino vandeano, que trae una carta a sus jefes”.

Este hombre, “que no es nadie”, había visto morir a Cathelineau, primer general de la Vendée y campesino como él; a Bonchamp, imagen rediviva de Bayardo; a Lescure, armado de un silicio que no era a prueba de balas; a D´Elbée, fusilado en un sillón, ya que sus heridas no le permitían abrazar de pie la muerte; a la Rochejaquelein, cuyo cadáver los patriotas ordenaron “verificar”, para tranquilizar así a la Convención en medio de sus victorias. Este hombre, “que no era nadie”, había asistido a doscientas conquistas y reconquistas de ciudades, aldeas y reductos, a setecientas acciones especiales y a diecisiete batallas campales; había combatido contra trescientos mil hombres de fuerzas regulares, contra seiscientos o setecientos mozos de reemplazo y guardias nacionales; había ayudado a apoderarse de cien cañones y cincuenta mil fusiles; había atravesado las “columnas infernales”, compañías de incendiarios mandados por convencionales; se había encontrado en medio del océano de fuego que, por tres veces, desencadenó sus olas sobre los bosques de la Vendée; por último, había visto perecer a trescientos mil Hércules del arado, compañeros suyos de fatigas y convertirse en un desierto de cenizas cien leguas cuadradas de una fértil región.

Las dos Francias se enfrentaron en este suelo nivelado por ellas. Todo cuanto quedaba de sangre y de recuerdo en la Francia de las cruzadas, pugnó contra lo que había de nueva sangre y de esperanzas en la Francia de la Revolución. El vencedor sintió la grandeza del vencido. Thureau, general de los republicanos, declaraba que “los vandeanos entrarán en la Historia en el primer rango de los pueblos soldado”.

Tenía el aire indiferente del salvaje; su mirada era torva e inflexible como una barra de hierro; su labio inferior temblaba contra sus apretados dientes; los cabellos le caían de la cabeza cual serpientes adormecidas, pero prestas a enderezarse; sus brazos pendulones imprimían una sacudida nerviosa a unos enormes puños llenos de cicatrices de sablazos. Su fisonomía expresaba una naturaleza popular rústica, puesta, por la fuerza de la costumbre, al servicio de intereses y de ideas contrarias a esta naturaleza; la fidelidad nativa del vasallo, la simple fe del cristiano se mezclaban con la ruda independencia plebeya acostumbrada a conocer su propio valor y a tomarse la justicia por su mano. El sentimiento de su libertad parecía no ser en él sino la conciencia de la fuerza de su mano y de la intrepidez de su ánimo. No hablaba más de lo que lo hubiera hecho un león; se rascaba y bostezaba como tal, se echaba sobre un costado cual león enfurruñado y soñaba aparentemente con sangre y bosques: su inteligencia era del mismo tipo que la de la muerte."


Memorias de ultratumba (Mémoires d'outre-tombe ). 1846
François-René de CHATEAUBRIAND
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lunes, 14 de marzo de 2011

Retorno a Brideshead (Brideshead revisited). 1945. Autor: Evelyn Waugh. (Fragmentos)



Retorno a Brideshead
(Brideshead revisited). 1945
Evelyn Waugh





" Me sentí como el marido que, después de cuatro años de matrimonio, se da cuenta de repente de que ya no siente deseo, ternura ni aprecio por la mujer que una vez amó; ningún placer en su compañía, ningún interés en gustarle, ninguna curiosidad por nada que ella pudiera hacer, decir o pensar; ninguna esperanza de que las cosas se arreglaran, ningún sentimiento de culpa por el desastre. La conocí como se conoce a la mujer con la que se ha compartido la casa, un día sí y otro también, durante tres años y medio; conocí sus hábitos de desaliño, descubrí lo rutinario y mecánico de sus encantos, sus celos y su egoísmo. El encantamiento había terminado y ahora la veía como a una antipática desconocida con la que me había unido indisolublemente en un momento de locura.
(...)
Hoy cuando veinte años después miro hacia atrás, son muy pocas las cosas que no hubiera hecho o que hubiera hecho de otra forma. (...) Toda la iniquidad de aquella época era como el alcohol que mezclan con la uva pura del Duero, algo embriagador y lleno de oscuros ingredientes; enriquecía y retrasaba a la vez todo el proceso de la adolescencia, de la misma forma que el alcohol retiene el proceso de fermentación del vino, lo vuelve imbebible, y debe permanecer en al oscuridad, año tras año, hasta que por fin se lo puede sacar a la luz listo para servir.
(...)
La languidez de la juventud, única y quintaesenciada... ¡Qué pronto se pierde para siempre! Todos los demás atributos tradicionales de la juventud: el entusiasmo, los afectos generosos, las ilusiones, la desesperación –todos menos ése-, aparecen y desaparecen a lo largo de la vida. Forman parte de la vida misma. Pero la languidez, la relajación de los músculos todavía no agotados, la mente que busca la soledad y se entrega a la introspección, sólo pertenecen a la juventud y con ella mueren.
(...)
Me convertí, pues, en un pintor arquitectónico.
Más aún que la obra de los grandes arquitectos, amaba los edificios que envejecían en silencio al paso de los siglos, que captaban y guardaban lo mejor de cada generación. Inglaterra está repleta de tales edificios, y durante la última década de su grandeza, los ingleses parecieron darse cuenta por primera vez de algo a lo que hasta entonces no habían dado importancia. Saludaban su belleza y perfecciones en el momento mismo de su extinción.
A raíz de mi primera exposición, me llamaron desde todos los rincones del país para retratar las casas que pronto iban a ser abandonadas o demolidas. Es más; mi llegada precedía a menudo tan sólo en unos cuantos pasos a la del subastador como un presagio del fin.
(...)
Siempre  la llamó “la casa nueva”. Ese fue el nombre que le dieron las nodrizas, y en los campos, los hombres analfabetos que conservaban antiguos recuerdos. Se puede ver el lugar donde se erguía la casa vieja, cerca de la iglesia del pueblo.(...). Cavaron hasta los cimientos en busca de piedras para la casa nueva (...) Ahí yacían nuestras raíces, en los huecos abandonados de la colina del castillo, entre el brezo y la ortiga, entre las tumbas de la vieja iglesia y la capellanía donde no canta ningún clérigo.(...) Eramos caballeros en aquella época, barones desde la batalla de Agincourt. Los mayores honores llegaron con los reyes George, (...) los días de la esquila de la lana y  las anchas tierras de trigo, los de crecimiento y construcción, cuando drenaron los pantanos y araron los páramos, cuando uno edificó la casa, su hijo añadió la cúpula, y el hijo de éste amplió las alas y embalsamó el río..."

miércoles, 2 de marzo de 2011

Bajo el signo de Marte (Mars). 1977. Autor: Fritz Zorn (Fragmento).

Bajo el signo de Marte (Mars). 1977
Fritz Zorn



A menudo la sensibilidad representa una gran desgracia para aquel que la tiene, y proporciona al hombre sensible muchos dolores y pocas alegrías. La sensibilidad no es una debilidad ni una inferioridad en el marco de la sociedad humana. Al contrario, la sensibilidad incluso es una necesidad, porque sólo el hombre sensible intuye hasta qué punto su propia sociedad es malvada, y lo siente tan dolorosamente que intenta expresarlo en palabras y provocar una mejora mediante la formulación de su crítica.

Naturalmente, la amiga que yo me imaginaba debía seguir siendo siempre un sueño. En efecto: ¿cómo me hubiera animado a dirigirle la palabra a una muchacha o a llegar a preguntarle si quería ser mi amiga? Evidentemente no era porque yo tratara de contarme aún entre los alumnos “pequeños” que no tenían una amiga. Ni tampoco porque no había encontrado por casualidad una chica en la clase de baile de la que ya he hablado. No, era mucho, mucho más que eso lo que me faltaba, ya que detrás de esa amiga imaginaria se escondía, aun cuando todavía no me daba cuenta bien de ello, la imagen de la mujer, de la sexualidad, del amor, en una palabra: de la vida. La sexualidad no formaba parte de mi mundo, ya que la sexualidad encarna la vida y yo había crecido en una casa donde la vida no estaba bien vista, pues entre nosotros se prefería ser correcto a vivir. Sin embargo la vida toda es sexualidad, ya que florece en el amor, el deseo y las relaciones con el otro. Todo el proceso de la vida debe situarse en el mismo plano que el acto de unión sexual: todo lo que vive impulsa continuamente a la mezcla, a la mutua penetración, a la unión; y toda separación, división, disociación y dislocación es, incesantemente y cada vez, la muerte. El que se une, vive; el que se mantiene aparte, muere.”