jueves, 24 de febrero de 2011

La isla (L´isola). 1942. Autor: Giani Stuparich (Fragmento)

La isla (L´isola). 1942
Giani Stuparich






"Efímeros clamores de voces humanas se desprendían  de vez en cuando de aquella poderosa coral  y eran dispersados por el viento. El establecimiento de baños, con sus embarcaderos y sus cabinas de colores, con la superficie  del agua punteada de bañistas como si fueran calabazas, parecía un juguete arrojado allí descuidadamente por las olas.
Por primera vez padre e hijo se miraron a la cara y, ajenos a sí mismos, hicieron que aflorara de la tristeza una genuina sonrisa y hablaron, intercambiando expresiones de maravilla ante aquella vista.
- ¿El abuelo murió pronto?
Murió joven. Yo acababa de cumplir los catorce años. Son las mujeres las que más aguantan; los hombres por aquí o perecen o se consumen antes.
El alboroto de los bañistas continuaban por debajo de ellos; en la amplia terraza todavía no había nadie; pero ya los camareros preparaban las mesas para la comida.
- En aquellos tiempos –prosiguió el padre- no existía este establecimiento de baños, no existían siquiera esas casas que ves aquí y allá entre los pinos. El sitio era de lo más salvaje; más poblado el bosque y todavía más ensordecedoras en verano las cigarras. A mí esta pequeña ensenada me parecía un golfo abierto e infinito, el mayor golfo del mundo.
(…)
En el barco , el padre quiso permanecer en cubierta para despedirse de su isla; luego bajó a la cabina.
El hijo vio empequeñecerse la isla, desvanecerse  en el horizonte bajo el inmenso resplandor del mar. Fue aquel el primer momento en el que tuvo la conciencia precisa y simple de lo que perdía al perder a su padre.”

miércoles, 23 de febrero de 2011

El cielo es azul, la tierra blanca (Sensei no kaban). 2001. Autora: Hiromi Kawakami (Fragmento)

“Oficialmente se llamaba profesor Harutsuna Matsumoto, pero yo lo llamaba «maestro». Ni «profesor», ni «señor». Simplemente, maestro. Me había dado clase de japonés en el instituto. Puesto que no fue mi tutor ni me entusiasmaban sus clases, no conservaba ningún recuerdo significativo suyo. No había vuelto a verlo desde que me gradué. Empezamos a tratarnos a menudo cuando coincidimos, hace unos cuantos años, en una taberna frente a la estación. El maestro estaba sentado en la barra, tieso como un palo.
-Atún con soja fermentada, raíz de loto salteada y chalota salada-pedí, y me senté en la barra. Casi al unísono, el viejo estirado que estaba a mi lado dijo:
-Chalota salada, raíz de loto salteada y atún con soja fermentada. Al darme cuenta de que teníamos los mismos gustos, me volví y él también me miró. Mientras  intentaba recordar dónde había visto aquella cara, empezó a hablarme.
-Eres Tsukiko Omachi, ¿verdad?
Cuando asentí, sorprendida, siguió hablando.
-No es la primera vez que te veo por aquí.”

(...)

 Estaba mirando al cielo.

Me había sentado en un gran tronco. Desde el lugar donde estaba, el martilleo del pájaro carpintero era casi inaudible. Otros pájaros trinaban en su lugar.
La humedad impregnaba todos los rincones. La tierra no era lo único que estaba empapado: las hojas de los árboles, la maleza, los hongos, los innumerables microbios que habitaban el subsuelo, los insectos que se arrastraban por la superficie, los bichos alados que volaban en el cielo, los pájaros que descansaban en las ramas y los animales más grandes del interior del bosque llenaban el ambiente de vida y de rebosante humedad.
El follaje parecía una red extendida a lo largo del cielo. Vi escarabajos muertos, infinitas variedades de hormigas, insectos de toda clase y mariposas que dormían en los reversos de las hojas.

Me sorprendió estar rodeada de tantas criaturas vivas. En la ciudad siempre estaba sola, aunque estuviera con el maestro. Creía que en las ciudades sólo vivían criaturas de gran tamaño. Sin embargo, al reflexionar sobre el asunto me di cuenta de que en la ciudad también estaba rodeada de seres vivos. Nunca estábamos solos. Aunque en la taberna sólo hablara con el maestro, Satoru también estaba allí, así como una multitud de clientes habituales cuyas caras me resultaban familiares. Aun así, nunca había considerado a los demás personas de carne y hueso. No había caído en la cuenta de que cada uno de ellos tenía su propia vida, llena de altibajos como la mía.”

El cielo es azul, la tierra blanca (Sensei no kaban). 2001
Hiromi Kawakami

martes, 22 de febrero de 2011

L´edat de ferro (Age of iron) 1990. Autor: J.M.COETZEE (Fragment)

L´edat de ferro  (Age of iron)
J.M.COETZEE


"Enguany les pluges han començat aviat. És el quart mes de pluja. Si toques la paret, es forma una línia d'humitat. En alguns llocs el guix s'ha bufat i s'ha esquerdat. La meva roba fa una olor agra i de florit. Com enyoro, encara que només sigui una vegada, posar-me roba interior neta amb olor de sol! Que se'm permeti una vegada més baixar per l'avinguda una tarda d'estiu entre els cossos color de nou dels nens que van a l'escola, rient, cridant, amb olor de suor jove i neta; les nenes cada any més boniques, més belles. I si això no pot ser, que em quedi encara, fins al final, la gratitud, il·limitada, la gratitud que sento per haver-me estat concedida una temporada en aquest món de meravelles."

lunes, 21 de febrero de 2011

A la sombra de las muchachas en flor (À l´ombre des jeunes filles en fleur). 1922. Autor: Marcel PROUST (Fragmento)

"Un encanto suplementario de la vida en una ciudad balnearia como Balbec es el de que el rostro de una muchacha linda – una vendedora de conchas, pasteles o flores-, pintado con colores vivos en nuestro pensamiento, sea cotidianamente para nosotros – desde la mañana- el objetivo de cada una de esas jornadas indolentes y luminosas que pasamos en la playa. En ellas estamos, por esa razón – aunque ociosos- alertas, como en jornadas de trabajo, orientados, imantados ligeramente impelidos hacia un instante próximo: aquel en que, al tiempo que compremos polvorones, rosas, ammonites, nos deleitaremos viendo – en un rostro femenino- los colores expuestos con tanta pureza como una flor."

En busca del tiempo perdido. À la recherche du temps perdu.
A la sombra de las muchachas en flor
(À l´ombre des jeunes filles en fleur). 1922
Marcel Proust

jueves, 10 de febrero de 2011

84, Charing Cross Road. (1970). Autora: Helene Hanff (Fragmento)


11 de abril 1969

Querida Katherine:
Interrumpo la tarea de limpiar mis estanterías y me siento en la alfombra, rodeada de libros por todas partes, para escribirte unas letras y desearos un buen viaje. Espero que tú y Brian lo paséis muy bien en Londres. El otro día me preguntó por teléfono: “¿Vendrías con nosotros si tuvieras dinero para el viaje?”, y a mí se me saltaron las lagrimas.
Pero… no sé…, tal vez sea mejor que nunca haya estado allí. Soñé tanto con ello y durante tantísimos años… Solía ir a ver películas inglesas sólo para familiarizarme con las calles. Recuerdo que años atrás un muchacho al que conocía me dijo que las personas que viajaban a Inglaterra encontraban exactamente lo que buscaban. Yo le dije que buscaría la Inglaterra de la literatura inglesa, y él asintió y me dijo: “Está allí”.
Tal vez sea cierto, o tal vez no. Porque ahora, al mirar a mi alrededor en la alfombra, siento una certeza: está aquí.
El hombre, ¡Dios lo bendiga!, que me vendió todos mis libros murió hace pocos meses. Y el dueño de la tienda, el señor Marks, ha muerto también. Pero Marks & co. sigue allí todavía. Si por casualidad pasas por el 84 de Charing Cross Road, ¿querrás depositar un beso en mi nombre? ¡Le debo tantísimo…!

Helene

84, Charing Cross Road. (1970)
Helene Hanff

lunes, 7 de febrero de 2011

El jardín de los Finzi-Contini (Il giardino dei Finzi Contini). 1962. Autor: Giorgio Bassani (Fragmento)

" “Papá” preguntó otra vez Gannina, “¿Por qué dan menos tristeza las tumbas antiguas que las más recientes?”.
“Es lógico”, respondió. “Los muertos de hace poco están más cerca de nosotros y precisamente por eso los queremos más. Los etruscos, verdad, hace tanto tiempo que murieron”, y de nuevo estaba relatando un cuento, “que es como si no hubieran vivido nunca, como si siempre hubiesen estado muertos”.

Pero ya, una vez más, con la tranquilidad y la somnolencia (también Gannina se había quedado dormida), volvía yo con la memoria a los años de mi primera juventud y a Ferrara, al cementerio judío situado al final de Via Montebello. Volvía a ver los grandes prados salpicados de árboles, las lápidas y los cipos, más numerosos a lo largo de los muros exteriores y divisorios, y, como si la tuviera ante los ojos, la monumental tumba de los Finzi-Contini: una tumba fea, de acuerdo –había oído decir siempre en casa, desde niño -, pero aún así, imponente, e indicativa, aunque sólo fuera por eso, de la importancia de esa familia.
Y se me encogía el corazón más que nunca ante la idea de que en aquella tumba, edificada, al parecer, para garantizar el reposo perpetuo de quien la encargó –el suyo y el de su descendencia -, uno solo, de todos los Finzi-Contini que había conocido y amado yo, hubiera logrado reposar. En efecto, sólo Alberto, el hijo mayor, muerto en 1942 de un linfogranuloma, fue enterrado en ella, mientras que Micòl, la hija segundogénita, y el padre, el profesor Ermanno, y la madre, la señora Olga, y la señora Regina, la ancianísima madre paralítica de la señora Olga, deportados todos a Alemania en otoño de 1943, quién sabe si encontrarían sepultura alguna. "

El jardín de los Finzi-Contini  (Il giardino dei Finzi Contini). 1962
Giorgio BASSANI

jueves, 3 de febrero de 2011

El periodista deportivo (The sportswriter).1986. Autor: Richard Ford (Fragmento)

El periodista deportivo
(The sportswriter). 1986
Richard Ford









" Esta mañana he salido de los apartamentos a la playa suave y cambiante y he dado un paseo en bañador y sin camisa. Y se me ha ocurrido que un efecto natural de la vida es cubrirse con una fina capa de... ¿qué? , ¿una película?, ¿un residuo de la piel de todas las cosas que has hecho, sido y dicho y en las que te has equivocado? No lo sé. Pero el caso es que durante mucho tiempo nos cubrimos con esa capa y sólo raramente lo sabemos, a menos que por un motivo o una oportunidad inesperados salgamos de ella – durante una hora o incluso un momento- y nos sintamos repentinamente bien. Y en ese mágico momento uno se da cuenta del tiempo que ha pasado desde que empezó a sentir así. Se pregunta si habrá estado enfermo. ¿Es la propia vida una enfermedad o un síndrome? ¿Quién sabe? Seguro que todos nos sentimos así alguna vez, pues yo no puedo sentir nada que cientos de miles de ciudadanos no hayan sentido antes.
 

Sólo después, súbitamente, uno se despoja de eso – de esa película, de esa piel de vida- como cuando era pequeño. Y piensa: así debió de ser mi vida una vez, aunque entonces no lo supiera y tampoco lo recuerde realmente. Es una sensación de viento en las mejillas y en los brazos, de liberarse, de soltarse, de ser el faro de guía a los barcos. Y como no ha sido así durante mucho tiempo, esta vez uno quiere prolongar ese momento resplandeciente, ese aire fresco, esa nueva vida, intentando preservar una sensación fugaz, porque quizá cuando vuelva ya sea demasiado tarde, o sea demasiado viejo. Y la verdad es que ésa será la última vez que uno sienta eso en su vida."